domingo, 17 de noviembre de 2013

La locura como orden del caos. La figura del rey como punto de partida

*Trabajo académico presentado en la case de Literatura Renacentista Europea en quinto semestre de la Licenciatura en letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas.


La estabilidad mental que hoy en día presumimos, no es más que una reinterpretación de distintas formas de enajenación; la locura que tal vez no vemos como tal o que ignoramos completamente. Cabe mencionar que nadie es mentalmente sano, todos rayamos en los niveles del inconsciente, desde el neurótico hasta el psicótico, en menor o mayor nivel. Esta interesante introducción tiene como propósito la reflexión sobre la mente inestable, que está a un soplo del desplome total.
La teoría es qué, como se dijo alguna vez: la locura es como la gravedad, sólo necesita un empujón. La postura de la que se parte es que el orden creado, siempre en busca de la restauración explota en elementos violentos para reestablecerse. La incapacidad de cumplir un papel determinante para la tranquilidad y la estabilidad de la sociedad, induce la aparición de la desesperación que desencadenara, más adelante, en la locura.
La tragedia Shakesperiana El Rey Lear nos presenta una historia de senectud, pero es la intención del reordenamiento el tema a tratar. En la obra, el personaje principal corrompe su reino al dividirlo; buscado la paz en el cuidado de sus hijas, y al no tenerla que busca es que el equilibrio principal se rompe.
Al hablar de locura, tenemos que tener en claro el nivel de expresión, en este caso literariamente. En la obra dramática la realidad llega a través del bufón, qué es la representación de la verdad, encarna la inestabilidad mental y su declive emocional, en este caso del rey. El bufón no busca entretenerlo sino explicarle la situación, aquello que no se le dice, que no entiende aparece en comentarios irónicos y canciones burlescas
LEAR
¿Desde cuándo has aprendido tanto?

BUFÓN
Desde el día, tío, en que tus hijas pasaron a ser tu madre. Pusiste, en su mano las disciplinas y te bajaste los calzones.
Lloraron ellas de alegría
Y yo canté de pena
Al ver un rey jugar al escondite
Y andar entre locos...
Busca un maestro que te enseñe a mentir; tu bufón quiere aprender a mentir. [1]
La verdad que nadie más dice, la realidad de la que el rey no es consciente la expresará siempre el bufón, que debe buscar el entendimiento y la razón de los errores que el rey comete.
La desesperación y la duda se encarnan en quien, más que un personaje es una entidad que habla con el público, con los actantes en la obra. El rey ya no es capaz de comprender la situación, por lo que necesita de este para que se lo explique. Las expresiones de locura aumentan; lo principal es dejar en claro que el orden ha sido corrompido.
El orden de la naturaleza es expresado claramente, el rey es el centro de este, la parte principal del proceso es la renovación que existe gracias a su progenie, el hijo siempre  va a redimir al padre. En este caso el rey no tiene herederos masculinos, no hay una sucesión directa, puesto que la figura de la hija no posee la misma carga simbólica, además esta figura se divide en tres, ahora hay pérdida, no hay punto de partida y la instabilidad explota en forma caótica. La división del reino representa este caos, más allá de las intenciones ocultas de dos de sus hijas, es fragmentar el círculo, crear anarquía en el conocimiento. Al no haber redención inicia el desequilibrio principal. Surge la desesperación por haber perdido el dominio. El poder no se encuentra en la figura central, está fragmentado.
El centro de la estabilidad tiene un origen divino. El rey es la elección misma de Dios en la tierra, puesto ahí para hacer su voluntad. Para hablar del orden alrededor de un ser. Jung diserta sobre la figura del rey en las cuestiones psicológicas de la comunidad, y nos explica que el inconsciente colectivo da carga mítica a un símbolo, sólo de esta manera obtiene verdadero poder, dice: “El rey representa la personalidad eminente que al estar por encima de la limitación común se convierte en portadora del mito, es decir, en la expresión del inconsciente colectivo”[2].
Sin rey no hay identidad, no sólo no se ostenta un poder propio, sino que arrebata la conciencia a su pueblo o nación “… el inconsciente colectivo, cuyo núcleo, centro y principio ordenador […] es el sí-mismo”[3] hablamos de cuestiones colectivas, que superan el honor que pudiera existir como móvil de la anécdota. Todo esto nos lleva a un estado público defectuoso, el cual necesita ser mejorado. Antes que nada la figura divina debe ser recuperada, como modelo mítico y expresión de la conciencia.
La naturaleza siempre intentará regenerarse. El pensamiento humano es volver a comenzar para que el caos desaparezca. El razonamiento no comprende una situación desequilibrada, pues el orden es el fin práctico y lógico. Este es el punto donde se pierde el juicio, para que el ciclo vuelva a comenzar otra vez, es necesario llegar al punto climático. La locura -como la llamamos- seguirá creciendo hasta encontrar el lugar de reinicio.
La tormenta que aparece, dualmente con la locura del rey llegará a su clímax junto con este. El rey se despoja las limitaciones para crear otro cosmos que debe remplazar la inestabilidad que se formó, es entonces cuando relaciona su estado de deterioro con el poder de la naturaleza que emerge:
LEAR
Retumbe tu repleto vientre, escupe fuego, arroja agua […] ¡Oh elementos! Ni les di mi reino, ni los llamé hijos, ni me deben obediencia. Satisfagan sobre mí su horrible goce. Aquí me tienen esclavo suyo, desamparado, indefenso, débil y escarnecido viejo…[4]
El rey se nombra “desamparado, indefenso, débil y encarnecido…”, ha perdido su autoridad mítica. Antes el bufón le menciona:” […] es una noche está que no tiene compasión de los cuerdos ni de los locos.”[5] Caos exterior, sí es el deterioro de la mente, pero más que nada la expresión de la naturaleza que intenta limpiar los errores.
El estado decrepito está necesitado de la renovación “…se sobrentiende, pues con la edad decrece la fuerza mágica del rey”[6] El comienzo de la locura, es la incertidumbre hacia el amor de sus hijas, el futuro de su linaje, de su poder y la desconfianza de sus allegados. Es importante que no haya duda en cuanto al ordenamiento, pues este es lo que le da significado a los otros componentes de la cosmogonía, debe mantenerse siempre estable.
La situación lleva expectativas específicas que deben ser cumplidas para continuar con el ciclo. El monarca cometió un error, al pensar en sí mismo antes de las necesidades del pueblo. Su principal idea es tener una vejez tranquila, apoyado en sus hijas. Ellas al pensar en su voluntad y ambición, terminan traicionando la confianza, cambiando el orden, provocando la locura y obligando al cosmos a regenerarse, a través de la muerte. Este camino debe ser violento, y en este caso no se trata sólo del fin de una vida, sino de la razón inexistente y la locura que crea esa violencia, que se exterioriza en la tormenta: “La ira del cielo…”[7] expresa el Conde de Kent. Pero este no es el verdadero comienzo. Esta renovación debe ser sellada con sangre, con la muerte que es el proceso para que pueda comenzar de nuevo. El rey enfermo debe morir.
El fin de una vida no trae consigo la extinción, hablamos de un renacimiento. La fuerza mitológica de la muerte reside en el ritual que representa, Eliade nos lo explica en el sentido sagrado del mito, dice: “La muerte iniciática reitera el retorno ejemplar al Caos, de tal caso que se hace posible la repetición de la cosmogonía, la preparación del nuevo nacimiento.”[8]
Es la intención principal del este estado climático en particular: crear, deteriorar y volver a empezar. Como el deterioro fue brutal, es necesaria la sangre y la condición trágica para que el nuevo comienzo, no sólo de continuidad, sino comprensión del error, aprendizaje y evolución  “La transferencia del alma sólo es posible por medio de un sacrificio sangriento.”[9] Que comienza por la estirpe misma del rey, que verá morir a sus hijas antes que él.
LEAR
¡Y ahorcaron a mi pobre loquilla! ¡No, no vive! ¿Por qué un perro, un caballo, un ratón tiene vida, y tú no? ¡No, no volverás nunca! […] ¿Ven esto? Mírenla, miren su boca, mírenla, mírenla… (Muere)[10]
La solución de toda crisis existencial es algo que vacíe las experiencias y necesidades: bajar al inframundo. Continuación de conciencia, expresión del conocimiento y una formación de identidad. La muerte es necesaria, no sólo como reordenamiento y renovación, sino como fin de la experiencia.
ALBANIA
[…] El más anciano padeció más que nosotros; los jóvenes no veremos todo lo que él vio ni viviremos tanto.[11]
La inseguridad, la desesperación y la desaparición del raciocinio aunado a la disminución de las capacidades para ver la realidad que existe, y para tomar las decisiones adecuadas por el bien de la comunidad que personifica la figura mítica del rey, es aquello que empuja a la locura, que finalmente libera la frustración y restablece el equilibro; el cosmos dentro del caos. Un mundo purificado del pecado.
Acción tiempo y espacio, elementos que en la dramaturgia determinan el contenido y la forma de la obra. Estamos frente a una tragedia, por el tratamiento de los personajes, por el final catártico y el tratamiento del lenguaje; es una representación propia de la cosmogonía, fidelidad del contexto histórico, pero de la formación real de la psique humana y la conciencia del ordenamiento. La naturaleza buscará siempre reacomodar el conocimiento por cualquier medio, hablamos de un tiempo cíclico que forma una identidad, reconocible en todos los niveles. La expresión del ser humano en el arte.






[1] SHAKESPEARE, William, El Rey Lear, Autores Selectos, Grupo Editorial Tomo, México, 2009, p. 416.
[2] JUNG, Carl Gustave, Mysterium Coniunctionis, Editorial Trotta, España, 2007, p.255
[3] Ídem, p. 272
[4]SHAKESPEARE, William, Op. Cit., p. 438
[5] Ibídem.
[6]JUNG, Carl Gustave, Op. Cit., p. 270
[7] SHAKESPEARE, William, Op. Cit., p. 439
[8]ELIADE, Mircea, Lo sagrado y lo profano, Guadarrama/Punto Omega,  4ta Ed., traducción de Luis Gil, 1981, p. 119.
[9]ELIADE, Mircea, Óp. Cit., p 36
[10]SHAKESPEARE, William, Óp. Cit., p. 475.
[11] SHAKESPEARE, William, Óp. Cit., p. 476.

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