miércoles, 4 de noviembre de 2015

A veces, el padecer: Notas que he recolectado hasta ahora (sobre el llanto)



I wish I knew how
It would feel to be free
I wish I could break
All the chains holding me
Nina Simone,
I Wish I Knew How It Would Feel To Be Free


1.
La mente en blanco, en nada, un espacio repleto de posibilidades es, tal vez, aterrador. Parece incompresible retomar el espacio último anterior a todo, vislumbrar el comienzo de la realidad, el vacío anterior al recuerdo. Para caer en la consciencia de no recordar, del saber que se es existente, aquellos que no saben qué son atascan su mente en nada. Quiero pensar ¿Cómo es no recordar?
El dolor insoportable del nacer, como hacerse consciente, por medio del corte nervioso, el dolor del cuerpo. El cuerpo duele, cuando crece, cuando cambia, se transforma, las condiciones que corrompen la existencia con la realidad del ser que se observa en directo.
Sé que poseo huesos porque los siento palpitar entre la carne y la piel. Sé que mis manos se mueven porque las oigo crujir y las aprieto, aunque a vece no se sienten como mías, a veces duelen, cuando hace frío, cuando se mueven y es tan difícil retenerlas en la sangre. Sé que existo, porque sufro. Antes de conocer lo que sufro, me desespero, me es incapaz expresarlo o retenerlo. El dolor no es incomprensible, se haya envuelto en la experiencia del cambio y la finitud de la palpitante vida. Escribiré mi desesperación como corte principal del dolor.
En marzo primero miré al espejo y me vi diferente. Vi el espejo y vi una huérfana. Causa un choque imposible de explicar cuando estás frente a tu reflejo y no sabes cómo reaccionar. La desesperación la defino recordando mis momentos de incapacidad, como cuando en los fríos pasillos de un hospital escuchaba gritos y llantos, simplemente imposible de soportar.
Recuerdo que cargaba con un nudo en la garganta, temblaba pero no me podía mover, cuando al fin encontré el camino entre mi cuerpo y mente, no supe qué hacer, no supe qué ordenarle a mis manos que hicieran, porque mi mente seguía indiferente, recalcando cada detalle, que me perseguía cuando cerraba los ojos, cuando me encontraba sola, cuando oía una melodía, cuando aspiraba un aroma. A veces escribiendo, vuelvo a recordar la frialdad de la noche, que llama, que envuelve, que te llena de ganas de sofocarte una última vez.
Yo he sentido la desesperación cuando en mi soledad me hallaba ahogada e incomprendida, en tristeza, en un agotamiento que no fui capaz de soportar. Rompí en lágrimas, más identificadas con el cansancio que con algún otro sentimiento.

2.
En realidad no sé cómo hablar de mis penas, no tengo bastantes para rellenar páginas. Lo que tengo es recuerdos, identificados con la frialdad mis reacciones. Sé que hablo de dolor y de llanto porque lo reconozco, porque me han abierto la carne, he doblado mis huesos, me he hundido en sábanas y ahogado gritos, como todos. Siempre he sentido una insoportable frustración de ser y no ser comprendida, como una niña ansiosa de ser escuchada e ignorada, con ganas de gritar, y apartada a un lado, se desespera por hacer daño, simplemente para ser volteada a ver.
Es sabido que cuando el choque de dolor aparece es difícil hacerse de valor y motivarse a seguir respirando. Estando en shock las hemorragias no se sienten, el mundo cambia su forma y es imposible el encontrarse con uno mismo, el pasillo se cierra, no se puede ver más allá. Es irreconciliable el encuentro del cuerpo, de la experiencia de ser, con el mundo, dispuesto a hacer daño.
Recuerdo mi frustración en el enojo, porque siendo terca como soy, sólo quiero que el resto de las personas entiendan correctamente lo que yo veo, lo que opino. Sé que puedo estar molesta, aguantándome el coraje en la garganta, y sólo la frustración llena el pensamiento.
Un centenar de sensaciones atoradas en aquel nudo, el llanto y el dolor se expresan físicamente en las venas saltadas del cuello y el lagrimeo de los ojos, el cuerpo que tiembla y se desmorona. Entonces la respiración se vuelve tema central del cuerpo, atasca cada sensación en una actividad tan central como la aspiración, desesperada y la vida se vuelve ligeramente aire. Respirar en su forma más natural, incomprensible y desapercibida. Una actividad que no se piensa, que se refleja en la vida que pulsa en el oxígeno en las venas, se ahoga, se entrecorta.
No recuerdo la última vez que los lamentos atascaron mi respiración, no lo recuerdo porque me sucede seguido, cada vez que estoy cansada y nadie me escucha, entonces la garganta puede cerrarse. A veces lloro sin razón para que las lágrimas limpien los ojos, limpien el espacio que existe entre los ojos y las manos; en mi caso el llanto, en sus oscuras manifestaciones aparece cuando el enfado es demasiado. Una comunicación del resto del cuerpo con el dolor o la emoción que experimenta el cerebro, se trata de la red de neuronas  implicadas en la emoción. Vuelve la respiración, cada vez menos desesperada.

3.
Finalmente, aparece la tranquilidad, como una promesa por aquel dolor insoportable, la paz de saberse vivo y quieto, saber que se ha sobrevivido. Se existe, se comprende, así como se comprende que el dolor y la tristeza viva se refleja en el organismo, que se mueve, que respira, así como la ausencia de todo movimiento violento, calma, es sentirse mejor después de llorar, tristeza, pero también paz. Se regresa a la nada, la profunda oscuridad de la mente que atraviesa las sensaciones ya apaciguada la tormenta de la desesperación.


Caminar entre tumbas es tranquilo y esclarecedor, porque la vida que se enfrenta a la muerte es una nueva consciencia clara y sincera. La tierra algunas veces se suelta y los caminos se abren entre las piedras, las flores, los regalos que se dejan al cuerpo marchito, muerto, inerte; caminar se vuelve entonces, una actividad diferente. Es el recuerdo permanente que se impregna en todo paso del sendero dejado por los vivos. El cementerio, fue testigo de gritos, llantos, desesperos y desmayos cuando el ataúd bajaba entre la tierra roja, ejemplo del choque del dolor. Aquellas cicatrices que guardan los hombres para entender el sufrimiento que carga la existencia, por miedo al olvido, y sin embargo huella del recuerdo dedicado por algunos otros abandonados solos en el mundo. Queda ahora la reflexión de la vida cuando se expone al llorar, cuando se expone a la pena, una última finalidad de estas líneas.