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miércoles, 14 de junio de 2017

Crónica de una huida aplazada

Si hay frente a mí una pantalla en blanco, no consigue llamar mi atención (Siempre hablas de la pagina en blanco, es un lugar común; y lo es). Llevo varios días distraída. Me golpean imágenes de días pasados. El tiempo se siente como un cúmulo de situaciones sin sentido en forma de un pasillo largo y una incertidumbre en el pecho. Puedo recordar lo frenético de las situaciones, de repente el cielo se mezcla en tonos de morado y ya sólo queda la noche.
Es 12 de junio de 2014, son la 11:30 de la noche, no queda nadie en la sala de espera. Un estéril quirófano queda en silencio. Un completo desconocido viene a darte una ineludible noticia: tu madre dejó de respirar, su corazón no pudo más. Acaba de morir. Trato de pensar ¿Cómo debe sentirse mi cuerpo? ¿cómo debe reaccionar? Quiere desmoronarse, quiere llorar sin remedio; en cambio mi cerebro repite las palabras, repite las imágenes. Podría ser mañana, podría ser ayer. Ya no lo sé.
Es jueves, amaneció y eso no fue doloroso; pero por la tarde los gritos y el sudor inundan la casa ¿qué debo hacer con mis manos? No tengo idea de cómo permanecer parada. Mañana viernes tengo un examen. A media noche mando un mensaje: No podré llegar, avísale a la maestra. Mi mamá murió.
Son las dos de la mañana en la funeraria. Sólo escucho rezos y llantos descontrolados. Estoy cansada, quiero dormir, quiero alejarme de todos, este es uno de esos días en que no quiero ser yo, quiero correr y no volver; pero debo estar aquí, debo estar destrozada, para los dolientes. Les encanta criticarme, porque yo soy hija, porque tengo algo de culpa, porque nací egoísta, nunca deje de serlo, porque continué yendo a la escuela en vez de pasar todo mi tiempo en el hospital, porque no me he desmayado o porque permanezco quieta en mi rincón.
Es medio día, todo sigue igual allá afuera. Los niños acaban de salir de la escuela y el día parece más brillante que los anteriores. Dentro de la funeraria todo es oscuro y repleto de cuchicheos. Yo sólo quiero un trago de vodka y tirarme a dormir. Nunca me he sentido tan sola en mi vida, porque todos piensan en su dolor, no importan los demás. Solamente quiero alguien que me haga sentir normal. Los tengo: Una, dos, cuatro, una más. Ellos vinieron para mí, yo no se los pedí. Que dulces fueron, hoy se los digo.
Pasan de las cuatro. Estamos frente a un cementerio. Un hoyo en la tierra. Gente que llora y grita. Estoy perdida en la multitud. Soy una extraña en el entierro de mi madre. Algunos me abrazan queriendo callar su propio dolor.  La gente se desmaya, se desmorona. Estoy molesta ¡¿cómo pudiste abandonarme aquí? ¿cómo no te importó dejarme sola?! Quiero irme y no volver.
No quiero ir a casa ¿puedo ir a la tuya? No quiero ver esa puerta, no quiero ver esa sala, no quiero ver esa cama ¿Puedo quedarme aquí un par de horas? Hablar del examen de esta mañana.
Cinco (¿cuatro?) días después estoy frente al examen. Sólo debo pensar en la morfosintaxis. Sólo debo pensar en arborizaciones: sintagma nominal, sintagma verbal, sujeto, verbo, objeto… Regreso a casa pensando: sujeto, verbo, objeto… ¿qué hubiera dicho mi madre? Me hubiera dado su bendición, me hubiera dado un beso de buena suerte. Ahora me toca llorar en el camión. Veo la ruta que me sé de memoria. Cada tramo del boulevard, cada mínimo cambio, con el llanto que no lloré en el funeral, con la soledad que tanto anhelaba. Por fin estoy sola. Entonces debí irme y no regresar, pero sí regresé y ahora estoy aquí.

Es 12 de junio de 2017. Escucho a un poeta hablar de la muerte. De la casa abandonada, la ropa que se dejó atrás, la partida de damas chinas que dejamos incompleta, la serie que quedó sin terminar, la película que no vimos. Escucho a un poeta hablar de la muerte y sólo puedo llorar, porque cada año es tan igual que el anterior que no logro recordar esos en los que no era huérfana. Otro febrero, otro marzo, puedo sentir la ausencia, la vuelvo a sentir el 10 de mayo, me golpea en junio, me deja tranquila un par de meses, es evidente en diciembre y todo vuelve a empezar. En verdad necesito irme.

lunes, 29 de agosto de 2016

El agotamiento


Estoy al borde de las escaleras pensando: “Soy una asesina y voy a ir al infierno”. Todo lo demás parece irrelevante. Puedo encontrar una mirada hueca en esta pantalla negra, sin lágrimas ni arrepentimiento. No me llamo a mí misma descuidada, más bien desesperada, por saber de qué se trata en realidad. Una promesa para el futuro.
Realmente no lo comprendo ¿por qué se atan las personas a procrear? ¿cuál es la mística en eso? Es un juego divino, un engaño vacío. La especie está preservada, no le hace falta un nuevo ser para salvar al mundo; así como el resto de la gente juega con ello, la idea de poder y responsabilidad sobre la existencia de alguien más ¿quién les da el derecho?
Yo no pedí nacer, pero en su arrogancia decidieron que querían una vida a su cargo, la alimentaron, la cuidaron, pero cuando se volvió independiente no lo toleraron. No soportaron la idea de que tomará mis propias decisiones sobre aquello que eligieron darme, que creían de su propiedad. Tomé una decisión sobre mi vida, decidí que no quiero darla, ni compartirla; sin embargo, me llamaron asesina y me condenaron al infierno. Bajo sus condiciones y sus juicios he matado, cruelmente como quien arranca un flor, sin conciencia, sin malicia y sin perdón. No van a ganar nada de mi sacrificio, no puedo vivir bajo esa arrogancia, no hay un alma que vaya a salvar esta noche.
“¿Y qué derecho tienes tú?”, Me dice una voz detrás de la nuca. No tengo nada, estoy condenada.. No sé quién soy, eso lo tengo claro. He sacrificado mi alma y no me reconozco en este espejo. No me reconozco en estas manos, no las siento como mías, son una ilusión, un invento de este sueño que no comprendo, del que nunca fui parte. Desde que aprendí mi propio nombre lo siento como el de una extraña.
Me he arrastrado por consultorios médicos, he recorrido las paredes manchadas de la ciudad y me encuentro agotada en estas escaleras fingiendo que lo comprendo, porque tengo la impresión de que todo sucede al mismo tiempo, me desmorono y me vuelvo a armar con cada respiración; pero no soy más que una compilación de pretensiones, el invento de una madre, la extensión de un nombre sin significado, un cuerpo sin substancia. Yo no soy en realidad. No puedo dar vida yo misma, no puedo intentar siquiera compartirla. Deseo dejar de existir, sin tristeza ni pena, como si nunca hubiera estado aquí, porque este mundo no es real, cuando me vaya se irá conmigo y no quedará recuerdo. Estas no son las palabras de un alma arrepentida. Lo único que me queda es saber que no soy una asesina y no iré al infierno.

sábado, 20 de octubre de 2012

La Amistad más grande

La experiencia de una mascota es maravillosa a mi parecer, la idea de una criatura incondicional que siempre se alegrara de verte, que siempre te va a necesitar es una hermosa imagen, es una amistad tan pura; sin mal entendidos, sin conveniencias o intereses, sólo el amor que un niño puede sentir por su perro. Cosa que crece aun más para quien se toma la molestia de alimentarlo, de pasearlo, de jugar con el, es mucho mejor que sólo tener un perro en la azotea. Esas son -entre otras- la clase de historias que hacen arrancar lagrimas y suspiros.
Yo creí que estallaría en lagrimas, que perdería el piso y me entregaría a la tristeza. Mientras me preparaba para ver Frankenweenie, el largometraje animado más reciente de Tim Burton, pensé que me afectaría en formas más allá de los sentimientos a los que estoy acostumbrada. Acababa -y aun no supero- de perder a un ser de mi más profundo afecto, para mí era más que una mascota, mas que un compañero, era parte de mi familia, de mi vida, mi amigo... Y aun escribiendo estas lineas mis ojos se llenan de lagrimas, cada fotograma de la película me remite a mi propia historia; si yo pudiera violar las leyes del universo con tal de un día más, lo haría. 

Frankenweenie es una pelicula muy personal, Tim Burton puso todo de sí en ella, como lo hacia en sus primeros trabajos, puso su infancia, sus recuerdos, sus pasiones y sus tristezas. Al ser un producto nacido del amor a la historia, al medio, a la técnica, brilla por si sola. Sí tengo que enfrentarme a mis tristezas en una película como esta, vale la pena; por todas las referencias que implica, la intertextualidad, qué es prácticamente lo que la conforma; yo la recomiendo infinitamente. Y para aquellos que han perdido a un compañero canino o de cualquier otra especie, sí recordaran el dolor, pero también los mejores momentos, la felicidad y el amor que existió de esa amistad.
En verdad espero que sea el regreso de uno de mis cineastas favoritos, porqué hace falta un Tim Burton en el mundo que nos recuerde el lado romántico y fantástico de nuestras pesadillas.

jueves, 11 de octubre de 2012

Soledad

Aun me siento irremediablemente triste. El dolor regresa en olas, pero no desaparece, aumente en ciertos momentos. Todo me causa sufrimiento, al despertar, al caminar, el simple hecho de estar aquí y respirar. Y me aferro tanto a ocultarlo, pero sobresale cuando estoy sola, y abrazada de la noche... Lo extraño, y me siento tan culpable; ¿cómo pude permitirlo? ¿cómo podemos seguir con nuestras vidas si él no está? Es tan dificl voltear a las esquinas, a las ventanas...
Sólo quería protegerlo, sólo quería tenerlo conmigo y ahora no está. Perdóname, tan sólo imaginar me vuelve loca; vivo con un nudo en la garganta, quería gritar, quería que todos se sientan tan mal como yo, pero se guarda para la noche, cuando nadie me ve.
Y es que me siento tan sola.

domingo, 13 de marzo de 2011