lunes, 29 de agosto de 2016

El agotamiento


Estoy al borde de las escaleras pensando: “Soy una asesina y voy a ir al infierno”. Todo lo demás parece irrelevante. Puedo encontrar una mirada hueca en esta pantalla negra, sin lágrimas ni arrepentimiento. No me llamo a mí misma descuidada, más bien desesperada, por saber de qué se trata en realidad. Una promesa para el futuro.
Realmente no lo comprendo ¿por qué se atan las personas a procrear? ¿cuál es la mística en eso? Es un juego divino, un engaño vacío. La especie está preservada, no le hace falta un nuevo ser para salvar al mundo; así como el resto de la gente juega con ello, la idea de poder y responsabilidad sobre la existencia de alguien más ¿quién les da el derecho?
Yo no pedí nacer, pero en su arrogancia decidieron que querían una vida a su cargo, la alimentaron, la cuidaron, pero cuando se volvió independiente no lo toleraron. No soportaron la idea de que tomará mis propias decisiones sobre aquello que eligieron darme, que creían de su propiedad. Tomé una decisión sobre mi vida, decidí que no quiero darla, ni compartirla; sin embargo, me llamaron asesina y me condenaron al infierno. Bajo sus condiciones y sus juicios he matado, cruelmente como quien arranca un flor, sin conciencia, sin malicia y sin perdón. No van a ganar nada de mi sacrificio, no puedo vivir bajo esa arrogancia, no hay un alma que vaya a salvar esta noche.
“¿Y qué derecho tienes tú?”, Me dice una voz detrás de la nuca. No tengo nada, estoy condenada.. No sé quién soy, eso lo tengo claro. He sacrificado mi alma y no me reconozco en este espejo. No me reconozco en estas manos, no las siento como mías, son una ilusión, un invento de este sueño que no comprendo, del que nunca fui parte. Desde que aprendí mi propio nombre lo siento como el de una extraña.
Me he arrastrado por consultorios médicos, he recorrido las paredes manchadas de la ciudad y me encuentro agotada en estas escaleras fingiendo que lo comprendo, porque tengo la impresión de que todo sucede al mismo tiempo, me desmorono y me vuelvo a armar con cada respiración; pero no soy más que una compilación de pretensiones, el invento de una madre, la extensión de un nombre sin significado, un cuerpo sin substancia. Yo no soy en realidad. No puedo dar vida yo misma, no puedo intentar siquiera compartirla. Deseo dejar de existir, sin tristeza ni pena, como si nunca hubiera estado aquí, porque este mundo no es real, cuando me vaya se irá conmigo y no quedará recuerdo. Estas no son las palabras de un alma arrepentida. Lo único que me queda es saber que no soy una asesina y no iré al infierno.