viernes, 22 de noviembre de 2019

Dile que sí

Recargar una guitarra acústica en una esquina es un elemento ornamental perfecto como fondo de selfie, grabar un video o invitar a una chica linda a tu cuarto, de la misma manera que enriquecer una biblioteca con libros que nunca se han leído y que sin embargo su naturaleza canónica los vuelven una pieza imprescindible de la antes mencionada biblioteca.
Par mí, más allá de la pretensión que significa llamarte músico o lector ávido, existe otro discurso tal vez más snob, tal vez más noble, que es el aceptar tal ornamento no para presumir de lo que sabes tocar o de lo que has leído sin que ninguna de estas dos cosas sea verdad, sino hacer saber a todos que aceptas que la cultura misma es hermosa y vale la pena hacerle un pequeño altar en tu santuario que es tu cuarto o tu librero. Es decirle al mundo: “no sé tocar, pero me encanta la guitarra como objeto, me encanta la gente que sí la toca, me encanta tanto lo qué se ha hecho con ella en la música del siglo XX, que la tengo aquí en mi cuarto como emblema de todo eso, aunque nunca se halla tocado en la historia”. Por eso, creo yo, la gente recarga guitarras en la esquina de su cuarto, o cuelga Les Paul sunburst en la pared, porque es algo demasiado genial para hacerle no un monumento.
Lo mismo sucede con los libros que nunca leemos pero que curamos cuidadosamente para acompañar los que sí leímos en nuestro librero. Habla de nosotros, de lo que entendemos por literatura, por lectura, lo que esperamos leer, y lo que sabemos que nunca leeremos pero que son bellos. ¿Es todo esto una exageración y ensalzamiento del consumismo? Lo que es cierto es que los objetos cuentan historias y aquellos que elegimos con atención para adornar nuestro espacio dicen más de nosotros de lo que imaginamos. Hay que recordar que nuestro cuarto es una proyección de nuestra mente.