martes, 31 de octubre de 2017

Dormir fuera de casa

dejé mi cabello en tu cepillo
mi sudor en tu almohada
mi sed embarrada en tu cocina

dejé mucho de mí en tu baño
dejé mi sangre en tu regadera

me tropecé en las escaleras de tu casa
me caí frente a tu puerta
corté mi piel con tu ventana
torcí mis dedos en ese instrumento

ya me has quebrado varias veces

¿y qué fue de mis lágrimas?
¿qué fue de las frutas de dejé en tu casa?

te caí encima porque me gustaba ser un mueble más en tu recamara

Crisis de identidad III

He recibido constantes solicitudes de amistad en los últimos meses, algo bastante fuera de lo común para la actividad a la que estoy acostumbrada en Facebook. Me llama la atención como la idea de mí, que es lo qué vendo en un perfil de Facebook, puede atraer a tantas personas. Quiere decir que hay quién se molesta en buscarme, o hay quién se toma muy en serio las recomendaciones de amistad que te suelta un algoritmo. Tenemos un par de amigos en común ¿eso significa que tenemos que relacionarnos? Esto me asusta sobremanera puesto que la persona que publica ahí no es real, no es más que una foto de perfil, cuidadosamente escogida, con uno o varios filtros. Todo lo que dice ese perfil fue pensado y elegido a conciencia, las fotos que se muestran, las descripciones que se hacen, algún apodo, nombre de usuario, situación sentimental, dónde estudio, dónde vivo, todo eso está perfectamente controlado ¿Cómo alguien que no me conoce puede elegir interesarse en mí por lo poco que decido mostrar? Fácilmente puedo ser categorizada: la que estudió tal cosa, la que hace tales cosas, la que toca tal instrumento ¿Dónde queda todo lo demás?
Ahora bajo esa idea sólo puedo pensar en cierta frase que me dijo cierta persona la primera vez que se puso en contacto conmigo: “me llamo la atención tu foto de perfil”. Aunque agradezco que esa persona se haya puesto en contacto conmigo, parece que ahora lucho constantemente con esa idea. Lucho con la bella y vacía promesa que esa selfie cuidadosamente escogida, retocada hasta el infinito ofrece; la vacía promesa de alguien interesante o incluso atractivo, contra mí, la persona imperfecta que escribe estas palabras, que vista en vivo luce, probablemente, diferente; que despliega sus errores e inseguridades a la mínima oportunidad, que se ha quebrado más de una vez, que es sumamente frágil ¿puedes ver eso en un perfil de Facebook? ¿Me eliges a mí o a mi foto de perfil?

lunes, 16 de octubre de 2017

thebleuvelvet en todas mis redes


Soy Vanessa (Paola Vanessa). Soy huérfana. Nací en Zacatecas el dos de febrero de 1992. Estudié letras, estoy escribiendo una tesis. Toco el bajo en una banda de chicas. Me gustan las películas francesas, pero también el cine de superhéroes. Mi trabajo de ensueño es ser periodista de rock. Me gusta la pasta. Odio el apio y las naranjas. Suelo vestir de negro, casi siempre uso converse. Le temo a las arañas. Parezco muy distraída pero realmente pongo atención a todo y lo recuerdo todo. Hablo sola. Detesto la condescendencia. Detesto que se me trate como tonta, que den por hecho que no sé algo sin preguntarme al respecto. En una época de mi vida consideré estudiar cine. Desde los quince años mi sueño fue ser actriz de doblaje. Se cantar, y canto bien. Me encanta contemplar la vida de las personas. Mi baja autoestima me obliga a tomarme varias selfies diarias. Disfruto mucho cocinar, en especial cocinar para alguien. A veces se me olvida comer. Mis bandas favoritas son The Stooges y The Donnas. Nunca ha sido mi sueño ser músico. Mi bajista favorita es Melissa Auf de Maur, aunque creo que Les Claypool es el mejor que ha existido. Mi autor favorito es Milan Kundera. Los libros que considero han influido más en mi vida son El libro de la risa y el olvido de Milan Kundera y Por favor Mátame de Legs McNeil y Guilian McCain. Nunca fui una lectora empedernida pero siempre lo disfruté. Escuche a The Beatles por primera vez a los once años en un acetato que tenía mi padre. Me encanta la Coca-Cola y colecciono botellas y latas de ésta. Dibujo por placer, pero sin técnica. A los nueve años escribía cuentos. A los veinticinco empecé a escribir poesía. Mis poemas son malos. Quedé en cuarto lugar en dos concursos de ensayo. Nunca he ganado nada en mi vida.  La mayoría de mis escritos tienen una perspectiva femenina. A veces dejo libros sin terminar porque me gusta tenerlos ahí como una promesa que se alarga, un final que posterga. Me encantan los juegos de mesa, nunca tengo con quién jugar. Jugaba a las damas chinas con mi madre.  Solía coleccionar la revista Cine Premiere, pero ahora ya no; la compré durante diez años. Hay como cinco voces de hombres que me encantan. Me enamoré de un profesor de canto que tuve (he tenido varios). No tuve sexo hasta después de los veinte años. Nunca he llevado el cabello corto. Hay varias mujeres que me encanta ver: Anna Karina, Isabella Rossellini, Audrey Hepburn, Vivien Leigh e Irène Jacob. La primera película que recuerdo haber visto es El Mago de Oz. Mi película favorita es Lo que el viento se llevó. Soy mala para limpiar y no tengo orden. Suelo guardar cosas sin sentido. Cuando alguien me da un dulce, una golosina o un chocolate no me lo como, lo guardo. Me encantan las palomitas en casi todas sus presentaciones. Duermo y despierto tarde. Me encanta reacomodar mis libros a las dos de la mañana. Colecciono llaveros. Me encanta la sensación de bañarme después de varios días de no hacerlo. Me encantaría vivir en un musical y cantar por cualquier razón. No soporto el silencio. Casi siempre duermo con música. Me gusta tomar el transporte público. Pocas veces he salido a caminar con la intención de perderme pero ha sucedido un par de veces. Disfruto mucho del café. No fumo pero de vez en cuando se me antoja un cigarro. Prefiero la cerveza a cualquier licor. No sé tomar vino. No me gusta el tequila, prefiero el vodka. Nunca he tenido una relación seria. Me cuesta mucho abrirme con la gente. Odio indiscriminadamente. Me saca de quicio la gente más joven que yo (hay excepciones). No me gustan los mariscos ni el pescado (hay excepciones). Me choca lavar trastes. No me gusta el rock progresivo, ni la literatura pretenciosa, aunque todo arte conlleva pretensión. Quiero morir en Nueva York. Aún guardo todos los ensayos que mis compañeros presentaron durante toda la carrera. No sé porque soy @thebleuvelvet. Me llevo bien con mis hermanos pero no me conocen mucho. No creo que mis padres me hayan conocido realmente. Soy muy crítica e intolerante. Dicen que contradigo todo lo que me dicen, pero no es cierto. Es muy fácil hacerme llorar. Suelo llorar más de coraje e impotencia que de tristeza. El año pasado internet me convenció de que estaba deprimida. Siempre he sentido cierta fascinación por la sangre. No me da asco la sangre menstrual. Me fascinan los procesos corporales como la digestión, y el cagar o la mierda no me incomodan, igual me fascinan todos fluidos corporales. La primera vez que vi sangre que no era mía me desmayé. Odio los hospitales. Me gusta la playa pero prefiero el frío. No podría sentirme atraída por alguien a quien no admire de alguna manera. Me callo muchas cosas para evitar el conflicto. Sé que si digo lo que pienso me pondré a llorar. Hay días en que pesa mucho estar sola, hay días que se disfruta enormemente.
Él me gusta mucho, se lo dije, pero no se lo he dicho de forma honesta y directa. Justo ahora lo extraño, espero se me pase. Justo ahora estoy aterrada.

lunes, 21 de agosto de 2017

Frases

“Voy camino a una boda” tengo esa frase atorada en la cabeza. La imagino revoloteando, cambiando, transformando y contorsionando una serie de subsecuentes frases: podrían ser versos, podría ser el comienzo de un poema. Pero nada continua… “voy camino a una boda/es un largo trayecto…” “me toca estar sentada sola/no llevo ningún obsequio/varios días viajando a una boda” “¿te hubiera gustado que fuera mi boda?/¿cómo hubiera sido?/¿un vestido blanco? ¿una enorme catedral?/la promesa, la esperanza de algo más”
¿De qué se puede tratar? De la soledad que es viajar sola, de la soledad que se saborea dulce-amarga. Tiene algo de añoranza, algo de dolor incrustado, ese dolor que ya casi no se siente, pero respiras y ahí está. Que bien se siente tener la casa sola, repleta de ecos y posibilidades, de tirarse bajo las sabanas, sabiendo que nada pasará, que el tiempo pasa lento pero no pesa.

Voy camino a una boda/quisiera no llegar/quisiera no regresar”.

miércoles, 26 de julio de 2017

Leche y vodka


besarte es como morder una manzana 
ruidoso, jugoso y sin respuesta 
es como abrir la boca bajo la alberca 
y se te llenen los pulmones de arena

a veces desearía no tener lengua
para no tener que enredarla entre mis muelas
y quisiera ahorrarme el deseo
como el espacio se ahorra la distancia

debiste ser tú quién me quebrara
una nota suicida pegada tras la puerta
dice a dónde va, pero no cuándo llega

embriagada del roce de tu verga
¿a qué te sabe?
no es que quema la leche salada 
es no saber usar la boca abierta


miércoles, 5 de julio de 2017

De huecos pamboleros


Es algo tarde para hablar de futbol, pero el verano aún no ha terminado. Debo decir que soy aficionada al deporte, me entretiene verlo; no lo practico, pero tampoco creo que sea un cáncer creado para sacar las peores actitudes del ser humano, ni un medio de distracción para las masas (aunque a veces tenga esa función). Me gusta verlo, me emociona ver a mi equipo jugar, y lo sufro, tanto que prefiero alejarme en situaciones extremas hasta que mi presencia sea absolutamente necesaria –porque me lo demande mi afición–. Este entusiasmo por el deporte es propio de mi familia, no nos fue inculcado con horarios y programaciones, fue algo que nació de la observación, algo que mamamos del seno familiar; un ritual que permitía que cualquier rencor, enojo o preocupación desapareciera, que como familia nos salvó de oscuros momentos, que aún hoy nos da razones para reunirnos, desayunar juntos o comentar durante la sobremesa, tanto así que una de las pocas fotos familiares que existen nos muestra a todos usando el jersey de los Pumas.
Mi padre fue el primer entusiasta. Él alimento su pasión con la experiencia de las pequeñas pandillas jóvenes en la vecindad; lo llevó hasta el estadio, le permitió ver al mismísimo rey Pelé en el mundial de México 70; lo arrastro hasta las  pasionales hinchas, dónde llevó a sus hermanos y después a sus hijos. Egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, apoyó en todas sus disciplinas a su alma mater. Los Pumas eran su orgullo, sus desplantes de furia y de sus preocupaciones, fue justamente eso lo que nos heredó.
Ver a Chile jugar la semana pasada fue uno de esos momentos en que puedes genuinamente emocionarte por el deporte, y sufrir cada oportunidad de gol desperdiciada. Puedes ver la pasión en la cara de los jugadores, ese poderoso empuje que termina golpeándose de cara ante la imposibilidad, ante el orden tan natural de una selección como la alemana. Es el juego en su estado frío y calculador, pero al mismo tiempo en su versión más efervescente, más furiosa. Un partido digno para cualquiera de los dos, una final en la que las lágrimas no faltaron y el pasto se llevo más de un golpe.  Después el tema del análisis es el México ostentador del cuarto lugar, que se vio casi ahogado en más de una ocasión y que dejó que una poderosa Alemania le pasara por encima ¿para qué vino hasta acá? ¿por qué no puede tomar un lugar junto a los grandes o aspirar a eventos heroicos?  ¿Mejorará algún día? Yo no soy optimista.
El futbol mexicano no es motivo de orgullo. Está podrido en su núcleo y nunca se recuperará. Se alimenta de la corrupción como cualquier otro representante nacional, como el gobierno mismo que personifica. Es una mentira del mismo sistema de futbol mundial, que le hace creer que es una selección importante, poderosa, histórica y necesaria, puede que todo esto sea cierto, pero como enorme aportador de dinero, riqueza que nunca sabemos de dónde viene y termina en los bolsillos de unos pocos, a cambio de la pasión y la “esperanza” de un país. El futbol mexicano carece de identidad porque nace de un país que aún no ha superado su complejo adolescente, que le cuesta comprender su historia, que trata caricaturescamente sus símbolos nacionales, que se hunde en su propia putrefacción. Cada equipo que adoramos incondicionalmente tiene tras de sí la sombra de dos televisoras, que alimentan su poder con la afición de la población, la más humilde y honesta, así como la sombra de una federación impulsada por compadrazgos: conveniencias que terminan por truncar el talento y los sueños de los jóvenes que son desplazados para que unos cuantos sudamericanos cobren un poco más, para inflar aún más los bolsillos de quién sabe quién y consumir ese futbol mexicano que se jacta de ganar una copa de oro, que se frustra por no poderle ganar a Argentina o a Alemania, que no ha podido nunca ganar un partido de eliminación directa en un mundial. Ese es el legado del futbol mexicano, un legado de mediocridad que trae consigo millones de dólares.
La próxima vez que veamos a México jugándosela en la cancha, enredándose con sus propios pies estaremos viendo el resultado de una identidad truncada, incapacitada que da mucho poder a la hegemonía de las televisoras, que sí realza los sentimientos patrióticos empujados al fondo durante las ceremonias de honores a la bandera los lunes. Hipocresía es lo que se respira en el Estadio Azteca, tal vez el único momento en que puedan entonar el himno nacional con orgullo, tragándose ese teatro fácilmente, permitiendo esa suciedad siempre y cuando les permitan gritar: ¡Puto!

martes, 4 de julio de 2017

Fuera de ti

Me da miedo verme al espejo y ver a mi madre. Ese hecho es tan aterrador, como ver tu cuerpo proyectado en otra parte ¿no es justamente un tipo de laceración del alma mirarte al espejo? Tratar de conciliar la imagen con la forma, con la experiencia, es inútil, no sucede con naturalidad, es un golpe en el pecho que justamente ansiará doblarte para que no seas consciente de lo que pasa. Consigo pararme frente al espejo, estiro los dedos para tocarme y sólo siento en frío del cristal. Me aterra mirarme a los ojos, verme reflejada a mí misma, no saber dónde estoy.

Es insoportable ver algunas fotos y ver a mi madre en mí misma, como una extensión de ella. Mis manos, mi rostro, mi semblante, no me pertenecen, fueron robados de madre a hija. Eso soy solamente una extensión de un cuerpo, de un nombre, el invento de alguien más ¿dónde estoy yo si no existo fuera de ella? Ver a alguien fallecido en mi reflejo me aterra. Yo soy el fantasma, la sombra que camina, el recuerdo de alguien que se fue; por eso sus hermanas no pueden verme sin romper en llanto, y me lo repiten constantemente. No pueden comprender que yo quiero ser sin esas ataduras, quiero ser fuera de su nombre, de su apellido y de su imagen. En su momento no se me permitió cometer sus mismos errores. A mí edad ella ya estaba casada, con un hijo; yo me resisto a ser madre, no sería capaz de condenar a otro ser a esta miseria, a atarlo a mí, convertirlo en una versión mejorada de mí: más alta, mas esbelta, con más éxito ¿quién soy yo para decidir la existencia de alguien? ¿Quién soy yo para atreverme a decirlo en voz alta, si ni siquiera puedo verme al espejo?

miércoles, 14 de junio de 2017

Crónica de una huida aplazada

Si hay frente a mí una pantalla en blanco, no consigue llamar mi atención (Siempre hablas de la pagina en blanco, es un lugar común; y lo es). Llevo varios días distraída. Me golpean imágenes de días pasados. El tiempo se siente como un cúmulo de situaciones sin sentido en forma de un pasillo largo y una incertidumbre en el pecho. Puedo recordar lo frenético de las situaciones, de repente el cielo se mezcla en tonos de morado y ya sólo queda la noche.
Es 12 de junio de 2014, son la 11:30 de la noche, no queda nadie en la sala de espera. Un estéril quirófano queda en silencio. Un completo desconocido viene a darte una ineludible noticia: tu madre dejó de respirar, su corazón no pudo más. Acaba de morir. Trato de pensar ¿Cómo debe sentirse mi cuerpo? ¿cómo debe reaccionar? Quiere desmoronarse, quiere llorar sin remedio; en cambio mi cerebro repite las palabras, repite las imágenes. Podría ser mañana, podría ser ayer. Ya no lo sé.
Es jueves, amaneció y eso no fue doloroso; pero por la tarde los gritos y el sudor inundan la casa ¿qué debo hacer con mis manos? No tengo idea de cómo permanecer parada. Mañana viernes tengo un examen. A media noche mando un mensaje: No podré llegar, avísale a la maestra. Mi mamá murió.
Son las dos de la mañana en la funeraria. Sólo escucho rezos y llantos descontrolados. Estoy cansada, quiero dormir, quiero alejarme de todos, este es uno de esos días en que no quiero ser yo, quiero correr y no volver; pero debo estar aquí, debo estar destrozada, para los dolientes. Les encanta criticarme, porque yo soy hija, porque tengo algo de culpa, porque nací egoísta, nunca deje de serlo, porque continué yendo a la escuela en vez de pasar todo mi tiempo en el hospital, porque no me he desmayado o porque permanezco quieta en mi rincón.
Es medio día, todo sigue igual allá afuera. Los niños acaban de salir de la escuela y el día parece más brillante que los anteriores. Dentro de la funeraria todo es oscuro y repleto de cuchicheos. Yo sólo quiero un trago de vodka y tirarme a dormir. Nunca me he sentido tan sola en mi vida, porque todos piensan en su dolor, no importan los demás. Solamente quiero alguien que me haga sentir normal. Los tengo: Una, dos, cuatro, una más. Ellos vinieron para mí, yo no se los pedí. Que dulces fueron, hoy se los digo.
Pasan de las cuatro. Estamos frente a un cementerio. Un hoyo en la tierra. Gente que llora y grita. Estoy perdida en la multitud. Soy una extraña en el entierro de mi madre. Algunos me abrazan queriendo callar su propio dolor.  La gente se desmaya, se desmorona. Estoy molesta ¡¿cómo pudiste abandonarme aquí? ¿cómo no te importó dejarme sola?! Quiero irme y no volver.
No quiero ir a casa ¿puedo ir a la tuya? No quiero ver esa puerta, no quiero ver esa sala, no quiero ver esa cama ¿Puedo quedarme aquí un par de horas? Hablar del examen de esta mañana.
Cinco (¿cuatro?) días después estoy frente al examen. Sólo debo pensar en la morfosintaxis. Sólo debo pensar en arborizaciones: sintagma nominal, sintagma verbal, sujeto, verbo, objeto… Regreso a casa pensando: sujeto, verbo, objeto… ¿qué hubiera dicho mi madre? Me hubiera dado su bendición, me hubiera dado un beso de buena suerte. Ahora me toca llorar en el camión. Veo la ruta que me sé de memoria. Cada tramo del boulevard, cada mínimo cambio, con el llanto que no lloré en el funeral, con la soledad que tanto anhelaba. Por fin estoy sola. Entonces debí irme y no regresar, pero sí regresé y ahora estoy aquí.

Es 12 de junio de 2017. Escucho a un poeta hablar de la muerte. De la casa abandonada, la ropa que se dejó atrás, la partida de damas chinas que dejamos incompleta, la serie que quedó sin terminar, la película que no vimos. Escucho a un poeta hablar de la muerte y sólo puedo llorar, porque cada año es tan igual que el anterior que no logro recordar esos en los que no era huérfana. Otro febrero, otro marzo, puedo sentir la ausencia, la vuelvo a sentir el 10 de mayo, me golpea en junio, me deja tranquila un par de meses, es evidente en diciembre y todo vuelve a empezar. En verdad necesito irme.