miércoles, 24 de septiembre de 2014

La Carnicería

La búsqueda de alimentos siempre tiene cierto placer en la rutina de Quina. Es un recorrido guiado por las expresiones más mundanas que ofrece su comunidad. Ir a la carnicería es en particular un evento excitante, que Quina disfruta más si hay gente que alargue su presencia en el establecimiento. Primero está la carne, en su estado crudo con su particular color, su forma y textura que la hace pensar en los violentos métodos para arrancarla del animal; es imposible no imaginar el estado de la criatura apunto de morir, pensamiento que por supuesto le creaba todo tipo de sensaciones, le despertaba un ansia de devorar el músculo aún tibio y con sangre. Se sentía más humana por eso y lo saboreaba lentamente.
La verdadera causa de su diversión se hallaba en el carnicero, ese hombre grande y corpulento rodeado de objetos punzocortantes, que traía el olor a la carne y a metal, era increíblemente seductor y no podía evitar entrar en un juego de fantasías donde el carnicero es el protagonista, aunque su interés por él era más bien voyerista. Lo imaginaba con su esposa, esa mujer gruesa y ancha, de corpulentos brazos y prominentes pechos, de cara ovalada y cuyas piernas y trasero eran particularmente grandes. Imaginaba la combinación de sus cuerpos desnudos y el juego de caricias que comparten especímenes tan grandes, su prominente miembro penetrando –porque un hombre de tal complexión y anchura debe encontrarse bien dotado–  y casi podía escudar los gemidos y el sonido de la piel chocando.
Era fascinante imaginar esas regordetas manos y gruesos dedos pasando de las formidables nalgas de su esposa a su amplio coño. Era una imagen tan sensual que se quedaba permanente en su mente. Entonces el carnicero pregunta qué va a llevar, y de su mirada aún llena de lascivos pensamientos nace una juguetona sonrisa y las palabras ‘un kilo de carne’ pero Quina aun tiene en la mente los fluidos, gemidos y pliegues de la carne; ansia preguntar: ¿Le da duro a su esposa? ¿Aquí mismo? ¿En el piso? ¿Por dónde le da? Y queda en su pensamiento para seguir jugando con su sonrisa que el carnicero contesta amistosamente.
Saliendo de la carnicería piensa en el carnicero y su esposa en el sucio piso de la carnicería. Continúa sonriendo con las vibrantes imágenes en su mente, llegando a casa piensa en la mirada y sonrisa del carnicero, tal vez la malinterpretó como una coquetería, supuso que ahora él fantasearía sobre ella, quizá estando con su esposa. Una visión apareció en su mente: el acto sexual de carnicero y su mujer mientras él pensaba en Quina, un trio aún más incitante en que ellos serían parte del juego que ella comenzó. Mejor aún, puede que le dedique alguna masturbación matutina y sonrió imaginándose en los más sucios pensamientos sexuales de ese hombre grande y grueso. No desperdiciaría la carne en algo simple, se divertiría con ella  y no la cocería demasiado.