martes, 15 de noviembre de 2016

De todas las fiestas del mañana hasta la casa de la diversión


La música, la verdadera música no sólo el Rock & Roll, te escoge. Vive en tu auto, o vive sola, en audífonos con los vastos puentes escénicos y coros angelicales en tu cerebro…
-Casi Famosos


El arte se impone por una fuerza superior incomprendida, los mortales no lo nombran. Nadie dice que está bien escuchar y que no, se convierte en una convención.  Aun así, hay personajes de dudosa procedencia reclamando que ya no se debe escuchar a las bandas clásicas del rock, que ya se ha hablado mucho al respecto y se ignoran las nuevas propuestas, pero no es necesario sacrificar una opción por otra, se puede aprender tanto del pasado como del presente; la universalidad radica en que le dice algo válido y real tanto en su momento como todos estos años después.
No podemos reclamarle la trayectoria o longevidad a la música. Dos álbumes son más que suficientes para ganarse la inmortalidad si el trabajo lo merece, lo que otros no pueden lograr en sesenta años; sin embargo actualmente los músicos despilfarran sus ahorros y derrochan su habilidad tratando de ganar el tan ansiado reconocimiento, porque se lo merecen, porque pasaron años estudiando o “matándose de hambre” creando vigorosamente por obtener esos castillos que otros músicos no tan sobresalientes sí tienen, aun así su arte no perdura ¿por qué esas canciones tan simples inundan el gusto de la gente? ¿es que la gente no entiende? Lo que pasa es que el público no lo entiende en cuestiones matemáticas y cerebrales, sino viscerales y empáticas, en lo más insondable de su ser y se funde con ello, es por eso que las grandes canciones de la música popular son tan simples en su estructura, porque son fondo y no forma, hablan de tristeza, dolor, indignación o de un hombre con una botella de whiskey abandonado por su chica, tan simple y universal que nos hace cantar con ellos. Viene desde las entrañas y le grita en su cara a quién no soporte o entienda su dolor. No le reclames a la música si tú no estuviste dispuesto a venderle tu alma.

Yo no impongo el arte pero sí decido que escuchar, aunque haya sido la música la que me eligió a mí, soy yo quien encumbra sobre las demás y es ese el orden de importancia el que yo impongo –no frente al mundo sino frente a mí misma– y escribo al respecto. Fue así que un terrible conflicto causo en mi hermano –un asiduo melómano, entusiasta indiscutible del rock– escuchar mi decisión de nombrar a Fun House (The Stooges, 1970) el mejor álbum de los setenta siendo que en esa década se editaron varios de los mejores discos del rock. Fue en esos años que se maduró el género propiamente y dio nacimiento a una línea de influencias y subgéneros que siguen directamente hasta la actualidad. Tenemos una década con un Who’s Next?, un Led Zeppelin IV, un Dark Side of the Moon, un A Night at The Opera, un Black Sabbath y la lista continua ¿Cómo un álbum editado en 1970, por una banda que todo el mundo parece olvidar puede ser el mejor de aquella excelente década?
Homero Simpson lo dijo primero: “El Rock alcanzó la perfección en el ’74, es un hecho científico”; sin embargo él estuvo ahí, fue sencillo para él afirmar que aquella música, aquellas bandas fueran las definitivas. Respiró de esas olas de genialidad apenas distorsionadas por la naciente industria masiva o el video musical. Escuchar música entonces era un ritual: ir a la tienda de discos, buscar desesperadamente por aquello de lo que sólo habías escuchado rumores, escuchar un disco una y otra vez hasta que se moldeara con tu cuerpo, hasta que fuera tan natural tenerlo presente en los pensamientos, hasta que se uniera a ellos. Alguien de mi edad no puede entenderlo completamente. Yo lo vi primero en Casi Famosos, una historia de viajes y música, un sueño inalcanzable para tantos. El papel del crítico de rock era importante en aquella época, establecía los patrones de impresión, si escribieron sobre una banda, un álbum, es más fácil de conseguir,  y principalmente es saber de su existencia. Eso ya no pasa, las publicaciones de rock están prácticamente extintas, el lugar del crítico ha sido usurpado por cualquiera en Facebook, con un espacio en la red; sin embargo aún hay voces que vale la pena escuchar, sólo es cuestión es escavar profundamente.
Es muy fácil para  los jóvenes reclamar que se siga hablando de las mismas bandas de hace cuarenta años, que se sigan escuchando las mismas canciones, somos esa generación harta de las escalera al cielo que Led Zeppelin prometió; es muy cómodo para algunos utilizar palabras como ‘sobrevalorado’ con tanta ligereza, sin embargo, en verdad nosotros no estuvimos ahí, no pasamos por esas experiencias, no fuimos rescatados de rincones oscuros por una canción. Esta generación no es capaz de comprender completamente, lo que la música significa para el alma. Claro que aún hay quienes sienten esa empatía por la música, aunque no hayan pasado atropellos para descubrirla; personas que a pesar de juventud todavía afirman que una canción puede salvar una vida y que una gran banda puede salvar al mundo.
Estoy siendo prejuiciosa, pero no me he salvado de esas opiniones cuando la gente se autoproclama fan de tal o cual personaje porque vino a este país o porque murió recientemente, desearía ver honestidad (seguramente debe haberla) en el amor que profesan, pero ya no me quedo lo suficiente para averiguarlo. Compartir una canción, elegir una portada de Facebook no es tan poderoso como escuchar a tu hermana hablar de la misma banda por tres semanas –al menos esa es la reflexión a la que espero llega mi hermano–. Pero no hay nada más poderoso, más significativo que el descubrir música nueva, aunque lleve más de cuarenta años existiendo, es un golpe de realidad hermoso por sí mismo, porque el mundo se ve diferente, de eso se trata el arte. Una pieza tan maravillosa que cambia a la persona que la enfrenta, esto puede hacerlo cualquier producto cultural, si se le permite.
La belleza de Fun House está en su simplicidad, en su crudeza. No hay nada que se escuche así. No hay nada que te engulla como lo hace este álbum. Ese ritmo desvergonzado, tan agresivo, tan sexual, tan Rock & Roll, te escupe toda su repugnante belleza. Cambió el sonido, cambió perspectivas, permitió que tantos otros tomaran una guitarra y gritaran sus propias consignas, porque se puede, se puede ser honesto y brutal, y cuasi poético al mismo tiempo. Una de esas creaciones que inspiró a todo aquel que lo escucho, aunque haya sido un grupo reducido, nació una nueva oportunidad en cada uno.
Escuchar Fun House de principio a fin y dejarte fundir en aquellas líneas de bajo y los agresivos aullidos de la voz es una experiencia nueva; tan nueva porque no hallas esa fuerza en la música actual, que el algún punto se volvió tan complaciente, tan sosegada; algunas veces encuentra energía y aprendizaje pero este puede diluirse por la sobreexposición de alternativas, hay tanto con que callar tal o cual canción. Sin embargo Fun House te obliga a escuchar hasta el final, te atranca al sonido y no te suelta. Pretende que vuelvas a entender el Rock & Roll como lo que siempre debió ser, nada complaciente.
¿Por qué no puede ser Fun House el mejor álbum de aquella década? Es cierto que se hicieron tantas cosas, tan perfectas como lo exigía la época, tan brillantes como debía crearse con ese rebosante talento, pero si mi afirmación aleja un poco a los oídos acostumbrados de aquellas ideas preconcebidas y permite enfrentarse a una nueva definición de lo que etiquetan como Rock, de lo que llaman las mejores bandas de la historia; si esos oídos están lo suficientemente dispuestos a escuchar de verdad, a resignificar lo que lleva años en sus audífonos entonces vale la pena decir que Fun House es el mejor álbum de la mejor banda que existe, porque si es así para quien escucha entonces es verdad.


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