Creamos vínculos, así es cómo
sobrevivimos. Es tan fácil hablar de distanciamientos y ataduras porque cada
uno de ellos trae consigo una carga, un significado con el cual podemos leer
nuestras vidas, aquellos que despreciamos y aquello que preferimos. Cada objeto
a nuestro alcance, lo que fue recolectado por nuestra voluntad representa un
pequeña pieza del rompecabezas de nuestra personalidad; y cuando hablo de
ansiedad de separación, hablo de esa necesidad que tenemos de las cosas.
Ansiedad es cuando pierdo mi celular
teniéndolo en mi mano. Cuando no puedo separarme de mis audífonos porque saber
que están cerca es reconfortante.
Ansiedad es, que aunque sepas que te van a
abrir sientas que debes tener tus llaves cerca, porque es tu hogar. Una
necesidad constante de sentirte acompañada de objetos, porque entre más tengas
menos vulnerable te encuentras, estás más cerca de saberte alguien, de ser un
individuo si puedes juntar todas esos estados de Facebook, todos estos tuits,
todos esos ‘me gusta’, que van creando el perfil de una persona con quienes los
demás pueden identificarse y simpatizar, o no. En cualquier caso esto es lo que
queda de nosotros.
Todo está hecho para definirnos.
Algoritmos que anticipan que es lo qué nos gusta , forman patrones de supuestas
personalidades. Una constante cadena que se dedica a etiquetar eventos
cotidianos, para darnos la impresión de compañía, una infinita compañía que nos
enfrenta con el resto de la población en todo el mundo, pero también nos separa
de ella.
Hay cierta belleza en ese vivir
materialista que nos permite definirnos por cada objeto que elegimos que nos
represente frente a los demás: nuestra ropa, el teléfono, los accesorios, todo
está hecho para etiquetarnos en un grupo, un objetivo. Hay alguien allá afuera
tratando de llegar hasta nosotros, a través de anuncios, de campañas, nos
separa en grupos, nos nombra millenials si le es conveniente.
Todo lo que conforma nuestro mundo es una
narrativa bien estructurada para hacernos consumir. Uno trata de encontrar beldad en ello, pues la creación humana es
sobresaliente en sí misma, y actualmente el arte y su estética se hallan en la
repetición, en la producción en masa. El poder elegir tener un iPhone 7, es un
placer culposo que significa más para la humanidad que muchas otras elecciones
cotidianas o igualmente frívolas.
Es cierto que todo tiene su historia, y
pensar en como las coincidencias humanas se alinearon hasta traernos un
producto tan occidental, tan capitalista como un teléfono inteligente que vale
más de veinte mil pesos, es un bello recuerdo de nuestra insignificancia, y de
lo leve que pueden ser cosas tan usuales como el dinero, un concepto tan
abstracto que hay intelectuales ahora mismo tratando de comprenderlo. Entre más
inútil sea el objeto, más grande puede ser su valor.
El darte el lujo de gastar pequeñas
fortunas en objetos, aunque bellamente confeccionados son claramente superfluos,
habla de tu valor como persona, no un valor ético, moral o intelectual, sino social,
una fachada empresarial cuyo fin es comerciar con las influencias y las
pretensiones. Así es cómo se relacionan los seres humanos en esta parte del
mundo, en esta momento de la historia. Pretendemos conocer, comprender y
mercantilizamos lo que fingimos que somos, volvemos de las relaciones una
simulación para sentirnos menos solitarios por la falta o el exceso de las
prótesis que la tecnología ha creado en este siglo.
Nuestra necesidad se vuelve poderosa
cuando no podemos vivir sin aquellas relaciones que inventamos, cuando no
podemos vivir un día sin ver el celular, sin abrir Facebook, sin subir un video
comentando nuestra experiencia u opinión del día. Hay quienes lo aceptan y lo
gozan, así como hay quien vive de la ignorancia. Sea cual sea el caso, no
podemos apartarnos a un bosque a crear bombas intentando que el mundo se
detenga. No podemos vivir quejándonos sabiendo que no podemos evitar el destino
solitario al que estamos condenados.
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