martes, 15 de noviembre de 2016

Ansiedad de separación

Creamos vínculos, así es cómo sobrevivimos. Es tan fácil hablar de distanciamientos y ataduras porque cada uno de ellos trae consigo una carga, un significado con el cual podemos leer nuestras vidas, aquellos que despreciamos y aquello que preferimos. Cada objeto a nuestro alcance, lo que fue recolectado por nuestra voluntad representa un pequeña pieza del rompecabezas de nuestra personalidad; y cuando hablo de ansiedad de separación, hablo de esa necesidad que tenemos de las cosas.
Ansiedad es cuando pierdo mi celular teniéndolo en mi mano. Cuando no puedo separarme de mis audífonos porque saber que están cerca es reconfortante.
Ansiedad es, que aunque sepas que te van a abrir sientas que debes tener tus llaves cerca, porque es tu hogar. Una necesidad constante de sentirte acompañada de objetos, porque entre más tengas menos vulnerable te encuentras, estás más cerca de saberte alguien, de ser un individuo si puedes juntar todas esos estados de Facebook, todos estos tuits, todos esos ‘me gusta’, que van creando el perfil de una persona con quienes los demás pueden identificarse y simpatizar, o no. En cualquier caso esto es lo que queda de nosotros.
Todo está hecho para definirnos. Algoritmos que anticipan que es lo qué nos gusta , forman patrones de supuestas personalidades. Una constante cadena que se dedica a etiquetar eventos cotidianos, para darnos la impresión de compañía, una infinita compañía que nos enfrenta con el resto de la población en todo el mundo, pero también nos separa de ella.
Hay cierta belleza en ese vivir materialista que nos permite definirnos por cada objeto que elegimos que nos represente frente a los demás: nuestra ropa, el teléfono, los accesorios, todo está hecho para etiquetarnos en un grupo, un objetivo. Hay alguien allá afuera tratando de llegar hasta nosotros, a través de anuncios, de campañas, nos separa en grupos, nos nombra millenials si le es conveniente.
Todo lo que conforma nuestro mundo es una narrativa bien estructurada para hacernos consumir. Uno trata de encontrar  beldad en ello, pues la creación humana es sobresaliente en sí misma, y actualmente el arte y su estética se hallan en la repetición, en la producción en masa. El poder elegir tener un iPhone 7, es un placer culposo que significa más para la humanidad que muchas otras elecciones cotidianas o igualmente frívolas.
Es cierto que todo tiene su historia, y pensar en como las coincidencias humanas se alinearon hasta traernos un producto tan occidental, tan capitalista como un teléfono inteligente que vale más de veinte mil pesos, es un bello recuerdo de nuestra insignificancia, y de lo leve que pueden ser cosas tan usuales como el dinero, un concepto tan abstracto que hay intelectuales ahora mismo tratando de comprenderlo. Entre más inútil sea el objeto, más grande puede ser su valor.
El darte el lujo de gastar pequeñas fortunas en objetos, aunque bellamente confeccionados son claramente superfluos, habla de tu valor como persona, no un valor ético, moral o intelectual, sino social, una fachada empresarial cuyo fin es comerciar con las influencias y las pretensiones. Así es cómo se relacionan los seres humanos en esta parte del mundo, en esta momento de la historia. Pretendemos conocer, comprender y mercantilizamos lo que fingimos que somos, volvemos de las relaciones una simulación para sentirnos menos solitarios por la falta o el exceso de las prótesis que la tecnología ha creado en este siglo.
Nuestra necesidad se vuelve poderosa cuando no podemos vivir sin aquellas relaciones que inventamos, cuando no podemos vivir un día sin ver el celular, sin abrir Facebook, sin subir un video comentando nuestra experiencia u opinión del día. Hay quienes lo aceptan y lo gozan, así como hay quien vive de la ignorancia. Sea cual sea el caso, no podemos apartarnos a un bosque a crear bombas intentando que el mundo se detenga. No podemos vivir quejándonos sabiendo que no podemos evitar el destino solitario al que estamos condenados.

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