martes, 13 de octubre de 2009

El Primer Encuentro

El reloj caminaba mas lento que de costumbre, parecia que cada segundo se estaba tomando su propio tiempo. Los minutos por consecuente se retrasaban. Escuchabas un tick, pero no llega el tock, esperas y esperas y no llega. Como suele ser con todas las cosas que esperas con ansiedad que sucedan, es una ley inegable del destino que cada cosa que se quiere te hace esperar.
En este caso mi personaje parecia ansioso por una hora en particular. Frotaba sus manos constantemente, con la mirada fija hacia el reloj. Se mojaba los labios constantemente y sin parpadear, como un condenado que espera su inevitable muerte. Pues muerto parecia, sin sonidos mas que el tick tack del reloj que se hacia cada vez mas lento. Faltaban menos de veinte minutos, y contando... diesinueve, diesiocho, diesisiete, diesiseis... veinte, diesinueve. El reloj retrocedia. Se paraba, se mantenia estatico justo cuando menos debia hacerlo. Ahora la respiracion de este joven se vuelve mas rapida, mas normal. Sus manos inquietas pasan a frotar sus piernas, a desgastar mas y mas esos pantelones que deseaban ya por fin retirarse del uso indebido. No se mueve, penso para si mismo, no se esta moviendo. Y en efecto el reloj estaba descompuesto. Que, exclamo. Sorprendido se paro y corriendo hacia el reloj de manecillas, noto que las baterias habian dado lo ultimo de si. Pero hace cuanto que esta cosa que parecia no moverse, que engaño a nuestro joven amigo, habia dejado de moverse. No hay mas relojes en la habitacion, no puedo creerlo. El telefono, la television, algun reloj de muñeca que aun tenga algo ultimo que dar. Que clase de habitacion era que no tenia ninguna nocion del tiempo y del espacio. No era momento para volverse espiritual para olvidar todo.
La ventana que iluminaba un precioso medio dia de primavera, con una suave brisa que movia lentamente las cortinas, como exalando con calma, como esos supiros, esos que tienen dueño. Se oian los cantos de los pajarillos que tan trabajadores como siempre hacian su hogar de primavera. La calle estaba limpia, la tipica provincia con jardines cada vez mas verdes, arboles cada vez mas florecentes, de colores cada vez mas vivos. No muy lejos de hay se escuchaban las voces infantiles de la diversion inocente. No hacia demaciado calor, era el dia perfecto. Justo en la casa de a lado, un camion de esos que manejan muebles y artefactos en cajas, utiles cuando la gente cambia de casa, como se llaman, esos, mudanzas; se estacionaba en la entrada y la gente bajaba del camion para descargar muebles de los basicos para el buen vivir, si esos refrigeradores, camas, salas, sillones, mesitas, comedor; todo lo necesario.
Que hora es, pregunto desesperado nuestro joven protagonista a la persona, la primera que vio, Son las doce con quince, pobre hermanita asustada respondio, Que, como. Se habia pasado por un cuarto de hora la programada. Bajo las escaleras rapidamente, casi de cinco escalones en cinco, hasta la puerta que yacia abierta. Al salir la luz del sol lo cego, entre abriendo los ojos, penso, Ya es muy tarde, otro dia. Justo entonces la vio. Recogiendo un monton de libros que calleron de una caja mas grande que ella. Todos son tullos, le pregunto mientras recogia unos cuantos muy pesados, No, son de todos, no puedo decir que lea mucho, dijo mientras acomodando los libros de nuevo en la caja, Ya es muy tarde para que, le pregunto ella a el, alzando la mirada para recoger el libro que le entrgaba, Como, entregandole el libro, Dijiste, ya es muy tarde, muy tarde para que. No recuerdo haberlo dicho, Pero lo dijiste, muy tarde para que, Para algo que tenia planeado, supongo, Ah, que cosa, Ya sabes cosas, y... ahora vives aqui, Al parecer, recogiendo la caja y parandose con dificultad, Nos veremos luego vecino, lanzando una de esas miradas coquetas que uno ofrece a los extraños. Pero no a un vecino.

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