lunes, 8 de mayo de 2017

La vida después de septiembre

Ahora que está de moda el tema High School y el bullying debido a cierta serie de televisión, que a mí parecer es una suerte de receta de cocina que sirve para dejar muy en claro una moraleja: “Sé bueno con todos, porque lo poco que haces también es bullying y afecta a todas las personas”, les voy a contar mi triste historia, simplemente por tener la oportunidad, no porque sirva de algo.
Cuando yo estaba en la secundaria y preparatoria la palabra bullying no era tan común. La escuchabas de vez en cuando en algún reportaje de las diez de la noche para hablar de algún tiroteo, algún suicidio, que siempre sucedían en Estados Unidos. Tal vez algún comentario con varios psicólogos en esos programas de revista matutinos que tanto disfrutan las mamás; pero en ese entonces no había series de televisión especializadas o documentales desgarradores, ni siquiera platicas en los salones de clase. Ya no soy esa clase de estudiante, así que no sé a ciencia cierta, si en verdad esas cosas pasan.
Nunca me consideré victima de acoso, puesto que no existía ese termino, pero es verdad que en la primaria la pasé muy mal. Fui objeto de burlas, de humillaciones, llegué a sentirme aislada en el salón de clase. Tenía pocos amigos y los que tenía no me trataban muy bien. Se puede decir que siempre he sido la rara. Había días en los que quería desaparecer, en que no quería salir de mi cama, todo esto era muy contradictorio, porque me gustaba la escuela, me gustaba aprender, pero no soportaba tener que relacionarme con esos niños. No cargo conmigo rencores, ni siquiera puedo recordar la situaciones claramente, sólo puedo recordar cómo me sentía. Un gran choque de realidad para mí fue ver la película Harriet, le espía. Ver como aislaban y acosaban a esa niña simplemente por tener aspiraciones, claro, era cruel en sus juicios, pero no eran verdaderos, ni eran para ser leídos. No me detendré a explicar la trama, pero principalmente me frustraba mucho ver como sus padres no se molestaban en comprenderla, como los profesores incitaban el mismo acoso. Tal vez sea el testimonio con el cual puedo sentirme más identificada en cuanto al acoso escolar como tal, no porque lo haya vivido de forma similar, sino porque empaticé con Harriet.
A pesar de lo difícil que fue para mí relacionarme con las personas, entendí al final que el mundo no se acaba ahí. A pesar de que me sintiera sola en la escuela, no podían quitarme mis libros, mi música, no dejaba de ser yo. Sí, eso significa ser rara, pero pude vivir con ello.
Hace poco tiempo recordé una situación, a la que en su momento yo no le puse demasiada atención, que de hecho había casi olvidado. No es material para una serie de televisión, puede que ni siquiera se lleve unas líneas en mis memorias, además de las que estoy escribiendo ahora: Mi amiga y yo nos relacionábamos mucho con dos muchachos durante la prepa, vaya éramos un grupo grande de amigos por así decirlo, pero por alguna razón nosotros cuatro siempre terminábamos en el mismo equipo, haciendo proyectos, tareas, experimentos. Basta decir que yo tenía un crush con uno de ellos, y supongo que mi amiga tenía su crush correspondiente.
A cierta edad es muy común crear esta relación de Amigovios con algunos chicos, yo diría que esa era la relación que tenía ella con aquel chico. Se la pasaban todo el día abrazados, agarrados de la mano, hablándose bonito, pero no eran novios y al parecer no tenían la intención de serlo. A pesar de mi torpeza me llevaba bien con el chico que me gustaba. Sin embargo, la cuestión es que el amigovio de mi amiga (que era el mejor amigo del chico que me gustaba) nunca tuvo un trato cordial hacía mí; nada porque hacer alboroto, te gusta mi amiga –o algo así– no necesariamente tienes que ser mi amigo, podemos vivir con eso; pero ese trato, no amigable, era pasivo agresivo, de alguna manera. Él desprestigiaba todo lo que yo decía, difícilmente recuerdo algún comentario bueno. Aprovechaba cada situación posible para hacerme sentir mal, con respecto a mi aspecto, a mi personalidad, si desperté con ojeras, si no me he depilado las piernas -porque Dios me perdone, llevo medias-, no me peiné hoy, tengo el pelo sucio, mi suéter está roto. De verdad era bueno para hacer relucir mis inseguridades.
Nunca un hombre me ha hablado igual. Es normal que las chicas sean crueles entre ellas: tu blusa está sucia, tu falda está manchada, tienes una espinilla; pero que un hombre me lo diga, sólo me ha pasado en esa época de la vida. Realmente él me hacía sentir muy mal, con muy poca autoestima, y lo hacía de una forma tan sutil, tal vez estaba muy automatizado el trato porque éramos nosotros cuatro, porque era el amigovio de mi amiga, porque es tan común, estamos tan acostumbrados a que juzguen nuestra apariencia, nuestra personalidad. Y hasta ahora puedo reflexionar y decir: Wow! Yo creía que era mi amigo y nunca lo fue, no me dedico más que amargura. Me hizo sentir tan poca cosa. Eso es algo con lo que tendré que cargar: el sentirme tan pequeña; pero no es su culpa que yo me sienta así, si yo me siento pequeña, la gente lo nota y lo aprovechan, se dedican a recordarlo, pero no porque sea inevitable.
La situación se tornó complicada, porque los amigovios suelen terminar de forma impositiva, ya sea que se convierta en una relación como tal o sean los celos los que terminen arrancando la amistad del “noviazgo”. En este caso fue la segunda opción, los dos pasaron por muchas personas solamente para lastimar al otro. Ahora queda como un retrato amargo en la historia sentimental de mi amiga, felizmente casada y con un niño de apenas unos meses. Aquel chico que me gustaba y yo, aún somos buenos amigos, hablamos y salimos de vez en cuando; y ellos dos aún son buenos amigos. No he vuelto a estar en contacto con él, pero parece ser una persona más fría de lo que recuerdo. Hay quienes son incapaces de relacionarse armónicamente con las mujeres, no me aventuraría a decir porqué.
Todavía me queda ese recuerdo extraño, aunque piense en él cada dos años. Lo menciono no porque sea relevante para la historia de la humanidad. Lo que aprendí de esa reflexión es que alguien puede estar tratándote muy mal y tú ni cuenta te das. Eso no significa que esté a favor de la condescendencia absoluta y la buena ondez injustificada, simplemente se trata de encontrar tu propia fortaleza dentro de todas estas debilidades, y si suena tan cursi es porque creo que así debe de sonar. Fue difícil para mí encajar. Y cuando finalmente encuentras un grupo de amigos, está esa única persona que se dedica a bajonearte, pero sobrevives, porque de eso se trata.

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