jueves, 11 de mayo de 2017

La belleza y lo sublime del tacto en El Rubí de Rubén Darío


El tacto y la sensualidad de las palabras en la narrativa, entrecortadas por las descripciones de vivas tonalidades que inundan los enunciados y las construcciones, en el centro de la imagen está cada uno de los colores. El modernismo en su primera y más pura expresión descarga sus atenciones a la universalidad de las formas bellas, en esos estratos es natural tomar entre sus extravagancias palabras de particular goce, sencillo de encontrar en su orden y cuidadoso uso de ellas.
Rubén Darío máximo exponente del modernismo, contuvo en sus poesía el llano uso de las palabras, ahora, se trata de un cuento el que llama la atención de este análisis. Si existiera un color para la poesía ese sería el azul, del libro del mismo nombre se desprende El Rubí, una historia cuasi fantástica bañada entre formas y colores que desprenden vida y sensualidad como es difícil encontrar en otras narraciones. La poesía es el principal cultivo de aquellos autores hispanoamericanos  y entre destellos poéticos revelan al cuento como una nueva forma de creación literaria, el cuento en cuestión no peca de lagunas narrativas pues se trata de un trabajo corto y conciso, hambriento de descripciones tan materiales como la imagen, tema que se desmenuzara a continuación.
La belleza no es un tema de sencillo tratamiento, está tocado por la filosofía, la estética y puede que hasta la psicología; alcanza, incluso, tratarse de un tema de corte subjetivo, está claro que el contexto y la convención marcan su camino, sin embargo hay más allá de la sociedad una experiencia y estructuras que por sí misma dentro de la psique humana puede considerar algo bello fuera de las convenciones sociales.
Sería pretencioso que a partir de aquí se tratara de explicar la belleza en tan pocas palabras, es sin embargo la intención tratar de asirla a partir de las dinámicas y vistosas descripciones de Darío en el cuento antes mencionado. En este caso, como es natural, sobresalen los colores. No existe textura en el color, pero a partir de la vista se pueden crear sensaciones capaces de atrapar el tacto mismo. En este sentido la armonía no actua como conductor de la descripción, sino que desborda en un sinfín de detalles tangibles:

A aquellos resplandores, podía verse la maravillosa mansión en todo su esplendor. En los muros, sobre pedazos de plata y oro, entre venas de lapislázuli, formaban caprichosos dibujos, como los arabescos de una mezquita, gran muchedumbre de piedras preciosas. Los diamantes, blancos y limpios como gotas de agua, emergían los iris de sus cristalizaciones[1]

El contexto subterráneo ofrece a la imaginación la posibilidad de la inventiva de cientos de posibilidades, en este caso los gnomos y sus actividades mineras, aquí se juega con la luz de los diamante y demás piedras preciosas, pero también el eco y los sonidos: “brotaba de trecho en trecho un hilo de agua, que caía con una dulzura musical, a gotas armónicas, como las de una flauta metálica soplada muy levemente.”[2].
El tacto es el sentido más antiguo y el más urgente, permite medir presión, temperatura, aspereza, suavidad o dureza, se trata del contacto directo del ser con el mundo, le permite materializarlo, confrontarlo y convivir con él, “Los sentidos no se limitan a darle sentido a la vida mediante a actos sutiles o violentos de claridad: desgarran en tajadas vibrantes y las reacomodan a un nuevo complejo significativo.”[3]
            En este caso convierte alcanzable el sentir en las palabras, centrándose en las texturas a partir de las texturas. En el cuento se narra la creación de los rubíes a partir de la mezcla de la bella sangre con el diamante. La sangre es bella pues se desprende de una bella figura. Cuando Darío convierte la descripción en sensación y permite el toque en la narración es con la descripción de la figura femenina: “Brazos, espaldas, senos desnudos, azucenas, rosas, panecillos de marfil coronados de cerezas; ecos de risas áureas, festivas; y allá, entre las espumas, entre las linfas rotas, bajo las verdes ramas...”[4]
La sensación del cuerpo es exterior, casi sensible pero siempre a través de la mirada. Se trata de aquel choque de un universo con otro, la concentración del placer por medio de la vista y concretización de la sensibilidad en algo descrito como puramente tangible. Darío vuelve a establecer la sensualidad en las palabras al describir el toque que conjuntan los amantes, pues la mujer estando en cautiverio mantiene amoríos con un hombre sin siquiera tocarlo:

Ella amaba a un hombre, y desde su prisión le enviaba sus suspiros. Éstos pasaban los poros de la corteza terrestre y llegaban a él; y él, amándola también, besaba las rosas de cierto jardín; y ella, la enamorada, tenía -yo lo notaba- convulsiones súbitas en que estiraba sus labios rosados y frescos como pétalos de centifolia. ¿Cómo ambos así se sentían? Con ser quien soy, no lo sé.

Aquí establece un contacto entre los sentidos. Dos seres que se sienten cerca de pensar de su lejanía y motivados sólo por la idea del otro. Verbos como “besar” se vuelven en extremo físicos; ciertas imágenes como “enviar suspiros” o aquellas “convulsiones súbitas” ayudan a este hecho, vuelven la sensación tangible y aunque este párrafo no esta exento de colores es la sensualidad del evento aquel que mueve la descripción.
Dolor, es la siguiente sensación marcada. Del desgarramiento de la piel nace la coloratura que enrojece al rubí, y el sufrimiento que conlleva trae consigo la belleza antes mencionada. Esos vidrios rojos que lleva consigo Puck, aquellos hechos de la mano del hombre y no a partir del dolor son desdeñados por los gnomos mineros. La historia de la creación del rubí se mueve de la innegable belleza de la mujer atrapada, observada, amada y amante de alguien hacia el dolor que implica el escape. La mujer es arrastrada hacia fuera por sus ilusiones y castigada por su belleza.

¡Ay! Y queriendo huir por el agujero abierto por mi masa de granito, desnuda y bella, destrozó su cuerpo blanco y suave como de azahar y mármol y rosa, en los filos de los diamantes rotos. Heridos sus costados, chorreaba la sangre; los quejidos eran conmovedores hasta las lágrimas. ¡Oh, dolor![5]

El hecho de destrozar su cuerpo, aquellas mismas palabras conllevan una carga semántica la cual hace gran diferencia de cualquier otra elección que pueda traernos el mismo efecto. La piel nos escuda del mundo, el abrirla significa un acto de violencia, cual puede ser fascinante en especial en la creación de belleza, como un choque, algo que va más allá de nuestra explicación. Tal belleza en vez de eludir las palabras se esconde de tras adjetivos impresionantes y vivos con cualquier puntuación, pues “La lengua está sembrada de metáforas que aluden al tacto. Las emociones nos “tocan” muy de cerca.”[6] Vuelve así, el autor, la lengua en su arma, poderosa y hambrienta de expresión, convierte el tacto en sublime y la violencia en belleza en forma de una piedra, un rubí.





[1] DARÍO, Rubén, El Rubí, consultado en: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/dario/el_rubi.htm
[2] Ibidem.
[3] ACKERMAN, Diane, Una historia natural de los sentidos, Anagrama, España, 1992, p. 15
[4] DARÍO, Rubén, Op. Cit.,
[5] Ibidem.
[6] ACKERMAN, Diane, Op. Cit., p. 93

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