El tacto y la
sensualidad de las palabras en la narrativa, entrecortadas por las
descripciones de vivas tonalidades que inundan los enunciados y las
construcciones, en el centro de la imagen está cada uno de los colores. El
modernismo en su primera y más pura expresión descarga sus atenciones a la
universalidad de las formas bellas, en esos estratos es natural tomar entre sus
extravagancias palabras de particular goce, sencillo de encontrar en su orden y
cuidadoso uso de ellas.
Rubén
Darío máximo exponente del modernismo, contuvo en sus poesía el llano uso de
las palabras, ahora, se trata de un cuento el que llama la atención de este
análisis. Si existiera un color para la poesía ese sería el azul, del libro del
mismo nombre se desprende El Rubí,
una historia cuasi fantástica bañada entre formas y colores que desprenden vida
y sensualidad como es difícil encontrar en otras narraciones. La poesía es el
principal cultivo de aquellos autores hispanoamericanos y entre destellos poéticos revelan al cuento
como una nueva forma de creación literaria, el cuento en cuestión no peca de
lagunas narrativas pues se trata de un trabajo corto y conciso, hambriento de
descripciones tan materiales como la imagen, tema que se desmenuzara a
continuación.
La
belleza no es un tema de sencillo tratamiento, está tocado por la filosofía, la
estética y puede que hasta la psicología; alcanza, incluso, tratarse de un tema
de corte subjetivo, está claro que el contexto y la convención marcan su
camino, sin embargo hay más allá de la sociedad una experiencia y estructuras
que por sí misma dentro de la psique humana puede considerar algo bello fuera
de las convenciones sociales.
Sería
pretencioso que a partir de aquí se tratara de explicar la belleza en tan pocas
palabras, es sin embargo la intención tratar de asirla a partir de las
dinámicas y vistosas descripciones de Darío en el cuento antes mencionado. En
este caso, como es natural, sobresalen los colores. No existe textura en el
color, pero a partir de la vista se pueden crear sensaciones capaces de atrapar
el tacto mismo. En este sentido la armonía no actua como conductor de la
descripción, sino que desborda en un sinfín de detalles tangibles:
A aquellos
resplandores, podía verse la maravillosa mansión en todo su esplendor. En los
muros, sobre pedazos de plata y oro, entre venas de lapislázuli, formaban
caprichosos dibujos, como los arabescos de una mezquita, gran muchedumbre de
piedras preciosas. Los diamantes, blancos y limpios como gotas de agua,
emergían los iris de sus cristalizaciones[1]
El contexto
subterráneo ofrece a la imaginación la posibilidad de la inventiva de cientos
de posibilidades, en este caso los gnomos y sus actividades mineras, aquí se
juega con la luz de los diamante y demás piedras preciosas, pero también el eco
y los sonidos: “brotaba de trecho en trecho un hilo de agua, que caía con una
dulzura musical, a gotas armónicas, como las de una flauta metálica soplada muy
levemente.”[2].
El
tacto es el sentido más antiguo y el más urgente, permite medir presión,
temperatura, aspereza, suavidad o dureza, se trata del contacto directo del ser
con el mundo, le permite materializarlo, confrontarlo y convivir con él, “Los
sentidos no se limitan a darle sentido
a la vida mediante a actos sutiles o violentos de claridad: desgarran en
tajadas vibrantes y las reacomodan a un nuevo complejo significativo.”[3]
En
este caso convierte alcanzable el sentir en las palabras, centrándose en las
texturas a partir de las texturas. En el cuento se narra la creación de los
rubíes a partir de la mezcla de la bella sangre con el diamante. La sangre es
bella pues se desprende de una bella figura. Cuando Darío convierte la
descripción en sensación y permite el toque en la narración es con la
descripción de la figura femenina: “Brazos, espaldas, senos desnudos, azucenas,
rosas, panecillos de marfil coronados de cerezas; ecos de risas áureas,
festivas; y allá, entre las espumas, entre las linfas rotas, bajo las verdes
ramas...”[4]
La
sensación del cuerpo es exterior, casi sensible pero siempre a través de la
mirada. Se trata de aquel choque de un universo con otro, la concentración del
placer por medio de la vista y concretización de la sensibilidad en algo
descrito como puramente tangible. Darío vuelve a establecer la sensualidad en
las palabras al describir el toque que conjuntan los amantes, pues la mujer
estando en cautiverio mantiene amoríos con un hombre sin siquiera tocarlo:
Ella
amaba a un hombre, y desde su prisión le enviaba sus suspiros. Éstos pasaban
los poros de la corteza terrestre y llegaban a él; y él, amándola también,
besaba las rosas de cierto jardín; y ella, la enamorada, tenía -yo lo notaba-
convulsiones súbitas en que estiraba sus labios rosados y frescos como pétalos
de centifolia. ¿Cómo ambos así se sentían? Con ser quien soy, no lo sé.
Aquí establece un
contacto entre los sentidos. Dos seres que se sienten cerca de pensar de su
lejanía y motivados sólo por la idea del otro. Verbos como “besar” se vuelven
en extremo físicos; ciertas imágenes como “enviar suspiros” o aquellas
“convulsiones súbitas” ayudan a este hecho, vuelven la sensación tangible y
aunque este párrafo no esta exento de colores es la sensualidad del evento
aquel que mueve la descripción.
Dolor,
es la siguiente sensación marcada. Del desgarramiento de la piel nace la
coloratura que enrojece al rubí, y el sufrimiento que conlleva trae consigo la
belleza antes mencionada. Esos vidrios rojos que lleva consigo Puck, aquellos
hechos de la mano del hombre y no a partir del dolor son desdeñados por los
gnomos mineros. La historia de la creación del rubí se mueve de la innegable
belleza de la mujer atrapada, observada, amada y amante de alguien hacia el
dolor que implica el escape. La mujer es arrastrada hacia fuera por sus
ilusiones y castigada por su belleza.
¡Ay!
Y queriendo huir por el agujero abierto por mi masa de granito, desnuda y
bella, destrozó su cuerpo blanco y suave como de azahar y mármol y rosa, en los
filos de los diamantes rotos. Heridos sus costados, chorreaba la sangre; los
quejidos eran conmovedores hasta las lágrimas. ¡Oh, dolor![5]
El hecho de
destrozar su cuerpo, aquellas mismas palabras conllevan una carga semántica la
cual hace gran diferencia de cualquier otra elección que pueda traernos el mismo
efecto. La piel nos escuda del mundo, el abrirla significa un acto de
violencia, cual puede ser fascinante en especial en la creación de belleza,
como un choque, algo que va más allá de nuestra explicación. Tal belleza en vez
de eludir las palabras se esconde de tras adjetivos impresionantes y vivos con
cualquier puntuación, pues “La lengua está sembrada de metáforas que aluden al
tacto. Las emociones nos “tocan” muy de cerca.”[6]
Vuelve así, el autor, la lengua en su arma, poderosa y hambrienta de expresión,
convierte el tacto en sublime y la violencia en belleza en forma de una piedra,
un rubí.