Lo que yo quería era escribir. No recuerdo el
momento exacto en que sucedió aquello, sin embargo tengo claro que tal vez mis
aspiraciones giraban entorno a ese hecho. He callado, así lo supongo. Redacté
mi ultimo ensayo a comienzos de noviembre, hable en él del llanto. Me costó
tanto y no por su temática, la escritura de repente se me trabó en los dedos,
atascaron mis ideas y no podía recordad que escritura era la que anhelaba.
Ahora recuerdo, el ultimo ensayo que escribí fue sobre Las Batallas en el desierto y de ahí traté de sacar más de dos mil
quinientas palabras, ideas dispersas de intentos de juicios, crítica estética
de valor para una estudiante de noveno semestre.
El domingo 29 (de noviembre) escuche mi voz en
una imagen animada; no hay nada más extraño que eso. He escuchado mi voz en
grabaciones pero escuchársela a alguien más, es un choque de despersonalización
¿realmente se trata de mí? No es que acaso se trata de alguien completamente
nuevo creado a partir de mis capacidades –¿mis capacidades?– pero la experiencia
de entrar a un mínima línea de aquel mundo con el que soñé tantos años.
Antes de mis veinte años imaginaba el momento en
que yo también pudiera vivir de eso, quería llamarme a mí misma de ese modo
“Actriz de doblaje” con todo lo que aquello implicaba, sin embargo es bien
sabido que a partir de los veinte años la decepción acosa la mente de los
jóvenes, dicen que te encuentras en la encrucijada y que las nuevas
generaciones, en su afán de querer tomar todos los caminos posibles adquieren
una actitud contemplativa. Convencidos de su decepción y fracaso, se mantienen
al margen, debería decir nos mantenemos. Porque esa actitud pasiva la he tenido
desde que tengo memoria.
El viernes 27, él[1]
me puso frente a todos y me ordenó cantar, lo que fuera pero que cantara. Yo
estaba frente al resto de los asistentes, con sus miradas fijas en mí, con la
luz dándome directo a los ojos, me sentí desnuda, expuesta, frágil. Él estaba
detrás de mí, esperándome. Yo abrí la boca pero mis cuerdas vocales no
emitieron ningún sonido. Mi alma se hallaba totalmente expuesta y no pude
cantar.
Momento de desborde emocional cuando él me miró a
los ojos y me dijo: muy bien. Tan simples y claras palabras que las repaso
continuamente en mi cabeza, me sumerjo en cada detalle, en mi expectativa
muerta por la deficiencia de mi memoria, por mi falta de confianza. Quiero
ahogarme en su voz.
Mi lamento más grande es que no comprendo. No hay
una profundidad en mi confusión. Sé que no espero nada y no me había sentado a
analizarlo, porque sé que prefiero ver y no participar. Tal vez no haya tuiteado con tanta emoción sobre
mi enamoramiento. Tal vez descargué indiscriminadamente aquellas emociones ¿Cuándo
me había puesto yo a actuar como una niña de secundaria enamorada de su
profesor? En eso me convertí, en el cliché de esa joven desesperada por la
atención de un hombre mayor.
Debo escribir esto ahora porque espero que mi
enamoramiento se desvanezca en un dulce recuerdo de juventud. Espero morir
antes de recordar estos días como tontos y vacíos, atada a un vaso de whiskey. Espero morir antes de
que los hombres dejen de ser mayores para mí. Que profético que tuviera que
escribir sobre el amor de Carlitos a Mariana hace unos cuantos días. Ahora a mí
me ha tocado, me ha golpeado de la más brutal manera.
Me preguntó a qué me dedicaba. Yo estudio Letras.
Ojalá recuerde, que hubo una vez una estudiante de letras que tomó su taller.
[1] No es preciso saber de quién se trata exactamente,
sólo hace falta saber que él, es más importante ahora que todos los demás.
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