miércoles, 16 de septiembre de 2015

Por aquellas cosas que no me dijiste que yo llegué a creer: disertaciones acerca del saber de algo


1.
Ya no quiero escribir. No quiero esperar a ver embriagarse las paginas de lugares comunes mientras la mente emblanquece, disminuye, se cierra y yo ya no quiero escribir. Dar cierto uso a las palabras, para retorcerlas, hacerlas gritar, violentar hasta las ultimas consecuencias eso que se escribe, porque las ideas no dan para mucho a ciertas horas de la noche. Rellenar de palabrerías inconscientes, que encuentren voces nuevas y las encuentren falsas. Ya que el juego no está en ser dicho cuando en sí no se ha dicho nada ¿cómo defenderse si uno se halla desnudo de argumentos?
Cuando cierto individuo, de cuyo nombre no quiero acordarme, se dedicaba a las correspondencias conmigo, callaba entre sus juegos verbales aquello que yo le creía sincero, y me invitaba a hacerlo evidente. Yo callaba, cambiaba mi intelecto por afirmaciones. Se trataba de retorcer situaciones para crear burbujas y universos que nunca existieron, a través de palabras y palabras solamente; un mundo tan difícil de alcanzar, a veces incomprensible, cuya intención es aprehenderlo.
Pienso en correspondencias y pienso en el momento en que Lorelai Gilmore se sentaba frente a su laptop a escribir correos electrónicos, esto lo hacía emulando a siglos anteriores, cuando a la luz de una vela se entintaban plumas para escribir cordiales frases, todo esto con la intención de mantener la comunicación a distancia, acallar la ansiedad por decir algo, buscar el momento adecuado y enmudecer (lo que sea necesario). Que placer el de recibir cartas.
¿A qué terrible angustia te ata el silencio cuando juegas a esperar con la firme intención de no ceder? porque es más fácil; pero la intención se vuelve confusa cuando se gasta tanto tiempo y esfuerzo en no atarse. Sucede cuando las personas no se encuentran, sin embargo el intento se busca.
Aquello que yo llegué a creer fue el saber que la facilidad para decir y no ser dicho se alcanzaba por unos cuantos, no sólo cuando las palabras se toman correctamente sino cuando es adecuado el tono, aunque se malgaste. Comenzar a anudar ideas, arrinconadas cuando ya varías frases se han sentenciado. Compulsión la de crear indiscriminadamente por costumbre o necesidad. Que fácil sería si la nitidez de la idea guiará la construcción del texto, el que en su creación parece tomar vida propia. Si acaso fuera posible ser poseído por el texto mismo, que convierta a quien escribe en un vehículo de la idea que trata de asaltar a las palabras aquí trazadas.

2.
Aquí de frente la tinta se seca y las grafías, desatinadamente forman curiosos descalabros en intentos por compartir, no ideas sino flujos del pensamiento aun sin desarrollar, en bruto, que clama la atención poco debida. Aquellas “brillantes” dilucidaciones influyen en la corriente pues no carece de importancia la necesidad de entregarse al intercambio, lanzando al universo para su revisión futura, atándose a un nombre. Nuevamente otras imágenes se presentan y generan más ruido al espacio, toman el poder que les corresponde.
No hay nada que callarse cuando no se puede dormir. Quedamos despiertos porque el cansancio acumulado nos impide reposar. Los sonidos, nuevamente, se acumulan en la mente que se activa tras el mínimo de los absurdos, constantemente desacreditados por el sueño que no llega. Se propaga. Las ideas, que están sueltas, se repliegan, se reproducen y llenan los espacios. Enlazadas estarán las palabras, si se decide fijarlas. Es posible que la no vida que se construye, que se imagina, alejadamente para no tener que vivirla, pero no se cierra a la convivencia, solamente la manejan a su gusto, convierten al cuerpo en algo banal y la mente se transforma en su propio mundo, donde nada existe pero todo es real. Se es soberano dentro de sí mismo.

3.
Si tuiteo y luego existo, ese espacio donde se dedicaron a gritar termina por difundir la información instantáneamente, sólo queda lanzarlos al vacío, donde serán remplazados por nuevos sonidos en ciento cuarenta caracteres. Espacio para la espontaneidad, tan fácil como cuando has sido suspendido y poseído por una brillante soledad reflexiva, que no discrimina. El tiempo en su relatividad más pura, algunas veces el hastío cuando es entrada la madrugada. Es porque mis pensamientos no están hechos para compartirse que se autodestruyen, se desintegran si se tocan, para no escucharlos aullar si es necesario, hablan con sí mismos y no esperar nada a cambio: la sordera.
Lo más profundo del alma humana esconde pulsiones autodestructivas cuando se sabe insignificante, apartada del interés de los suyos, crea una nueva especie para escuchar, escribimos porque a nuestros hijos no les interesaría nuestra vida.
Si hay quien replegando sus opiniones sin autoridad, ni censura, revela sus obsesiones en libertad, convierte su grafomanía en ejercicios superficiales cuando pretende encerrar en un cajón las creaciones, que expresa, son imposibles de parar. Un alma creativa encerrada en pretensiones poco sinceras, pero salpicadas de arrogancia, porque se toma desde un espacio superior; pero su embriagadora voz termina por convencer aquellos errores en su inocencia, es como un niño que ha visto poco pero que cree conocer todo sobre lo que ha visto.
Si te das el valor de decir algo, al menos créelo para ti en primer lugar, como el blogero que ha escrito cinco novelas que probablemente nunca se leerán. Cuando aquella dulce voz es la que enuncia y no la que mal dice. Nuevamente otras imágenes se presentan y generan más ruido al espacio, toman el poder que les corresponde.

4.
Vivimos en el tiempo de la sordera, es el tiempo en que la soledad es más pesada que el entendimiento, pero compartimos nuestros odios, y como estamos sordos y solos, cada quien expresa un tema, lo grita, lo vacía al internet esperando ser alabado por eso, no hay quien lea porque los demás esperan ser leídos y no leer.
Cuando Zooey muere en Cáprica, dejó legado un programa el cual convertía toda la información vaciada en la red por nosotros mismos en un algoritmo que podía recrear nuestra personalidad, creando una consciencia artificial que lograría ser descargada en una nueva substancia: los cylon. Revela así una nueva especie. Ese tierno sueño de vivir por siempre queda como una promesa cada vez que convertimos nuestra personalidad de libres asociaciones en información. Tal vez no es materia de ciencia ficción si podemos casi palparlo.

***
Llevo tanto incomodándome, extrañándome en las formas, tratando de entender el pensamiento cuando trato de decir, cuando digo, cuando quiero decir. Recuerdo a la joven Rory Gilmore leyendo sobre viajar en tren junto a  Ana Karenina o visitando el condado de Yoknapatawpha. Hablando sobre cargar los libros entre las carreteras de Connecticut, de las luces de Stars Hollow a la gran ciudad de Hartford. La imagino levantando su brillante mirada azul para hablar de Madame Bovary o Moby Dic. Lo recuerdo porque cada paso de los rápidos diálogos, se apuntaban hacia la escritura, al hablar de lo que se ha visto, lo que se ha leído, y hacerse de una voz; tan poco imaginativa descripción parece reclamar lo que se ha dicho de ella, ese aterrador proceso de escribir y ser leído, de hacerse a la idea de agregar un punto a ese remarcable paisaje de pensamientos de valor, y sin embargo, yo ya no quiero escribir.

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