“Voy
camino a una boda” tengo esa frase atorada en la cabeza. La imagino
revoloteando, cambiando, transformando y contorsionando una serie de
subsecuentes frases: podrían ser versos, podría ser el comienzo de un poema.
Pero nada continua… “voy camino a una boda/es un largo trayecto…” “me toca
estar sentada sola/no llevo ningún obsequio/varios días viajando a una boda” “¿te
hubiera gustado que fuera mi boda?/¿cómo hubiera sido?/¿un vestido blanco? ¿una
enorme catedral?/la promesa, la esperanza de algo más”
¿De
qué se puede tratar? De la soledad que es viajar sola, de la soledad que se
saborea dulce-amarga. Tiene algo de añoranza, algo de dolor incrustado, ese
dolor que ya casi no se siente, pero respiras y ahí está. Que bien se siente
tener la casa sola, repleta de ecos y posibilidades, de tirarse bajo las
sabanas, sabiendo que nada pasará, que el tiempo pasa lento pero no pesa.
“Voy
camino a una boda/quisiera no llegar/quisiera no regresar”.