Parece que no pasa el tiempo, cuando uno como estudiante se congrega cada año; y tan fácil le da a uno la nostalgia. Una semana puede ser tan poco y de la nada vuelve uno a la normalidad, que ya no se sabe si se vivió o sobrevivió. Regresamos hoy, con ganas de quedarse, con ganas de no volver, pero así es esto, así va a ser.
sábado, 28 de marzo de 2015
lunes, 16 de marzo de 2015
4
Así
mueren los hombres ahora. Pudriéndose en las calles, como animales se devoran
entre ellos. No quieren saber nada de nadie, no pueden. Las calles son
laberintos, sin salida, tan confusos y abstractos que se abren y se cierran,
pero nadie se da cuenta. Ahí esta el callejón, donde una vez las personas
convivieron juntas, tenían vecinos, amigos, confidentes; tenían familia,
recuerdos. Ahora sólo tienen hambre.
El
callejón olía a podredumbre, los cuerpos se apilaban en las esquinas, cubiertos
de gusanos ratas y perros que peleaban por los huesos. El agua estancada olía a
mierda, sangre, orina, carne podrida, lodo y basura. Todo combinado provoca repugnancia;
los hombres ya no lo notan y se arrastran entre la porquería, siempre en busca
de sobrevivir, devorando aquello que alcanzan.
Ella
apenas caminaba por ese callejón, arrastraba un pie gangrenado que mutilaba
lentamente su pierna, tenia el brazo estaba roto y lo sujetaba con el
otro. Un dolor insoportable inundaba sus
nervios. Cada paso mataba de dolor, apenas consiente. Su cabello eran unos
cuantos mechones sucios, ensangrentados y enredados; apenas y podía ver en esa
oscuridad, tenía los ojos hundidos y la piel tan blanca y seca que se quebraba
tan solo con respirar. Tan flaca y hambrienta, quien sabe desde cuando no
comía, sólo existía, prácticamente muerta.
Ya
no pudo caminar más, la pierna no la dejaba. Cayó boca abajo en el agua podrida.
Trataba de gritar de dolor, sólo podía retorcerse. Las ratas llegaron en cuanto
la vieron moverse. En su intento de levantarse sólo encontraba el dolor, y
soltaba gritos que se ahogaban en su garganta, los dedos se enterraban en el
agua en la tierra, dejando atrás piel, uñas y sangre.
Cientos
de ratas la rodearon, la olían, la mordisqueaban lentamente, abrían su piel y la
devoraba. Fue entonces cuando logró gritar y sacudírselas. Sangraba por todas
partes. El olor atraía a las criaturas a su pierna, y entre la sangre podrida
lograban adentrarse en su piel, llegando hasta el hueso que se limaba de tan
débil y quebradizo. Cada latigazo de dolor se cortaba en gritos, retorcía su
espalda, quebraba su cuerpo.
En
su desesperación se estiro, golpeando a los animales, apartándolos. Una se
entrelazo en sus dedos; la rata se retorcía y la mordía, escupía
insignificantes chillidos entre sus movimientos, la golpeo contra el suelo
hasta que dejo de moverse. Sólo veía la carne del animal, animal que vivía
entre la putrefacción. La llevo hasta su boca por el instinto, con la mandíbula
alrededor de la cabeza, lentamente le arranco un pedazo y trago sin masticar;
la carne era dura, sucia y fétida, la sangre maloliente escurría por su rostro,
por su cuello, penetrando el olor de la muerte por la calle.
Las
ratas seguían devorándola, sólo tenía un brazo para sujetar su presa y engullirla
lentamente, moviéndose como un animal hambriento; agarrando, despedazando lo
que encontraba. Su cuerpo se envolvió en sangre. Llegaron ratas más grandes, perros enfermos,
hombres hambrientos y demacrados que se arrastraban entre los animales y la
inmundicia alimentándose de lo que encontraban, de carne humana todos tomaron
su parte.
…su esposa,
su guaifa, su jaina, su esquina.
Su morra, su
nicho, su queso, su allá voy, su de aquí soy, su torta, su estribo, su tierra
melcocha, su media naranja, su castigo, su misión en la tierra, su rancho, su
ajúa, su acá, su bien terrenal, su gestión, su obra, su casa grande, su cobija
eléctrica, su cachorra al sol, su requinto tristón, su rolita oldi, su mejilla
sudada, su cementerio, su beibi, su primera dama, su necesidad, su urgencia, su
carestía, su ya no, su otra vez, su no jodas, su pensión, su fin, su cárcel, su
no sé qué.
Luis Humberto
Crosthwaite, El gran Pretender. Pág.
19
¡QUÉ LEJOS ESTOY DE TODO!
Ignoro totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No sería mil veces preferible retirarse del mundo, lejos de todo lo que engendra su tumulto
y sus complicaciones? Renunciaríamos así a la cultura y a las ambiciones,
perderíamos todo sin
obtener nada a cambio; pero ¿qué se puede obtener en
este mundo? Para algunos, ninguna ganancia es importante, pues son
irremediablemente desgraciados ye están irremisiblemente solos.
E. M. Cioran, En
las cimas de la deseperación., p. 8.
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