lunes, 16 de marzo de 2015

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Así mueren los hombres ahora. Pudriéndose en las calles, como animales se devoran entre ellos. No quieren saber nada de nadie, no pueden. Las calles son laberintos, sin salida, tan confusos y abstractos que se abren y se cierran, pero nadie se da cuenta. Ahí esta el callejón, donde una vez las personas convivieron juntas, tenían vecinos, amigos, confidentes; tenían familia, recuerdos. Ahora sólo tienen hambre.
El callejón olía a podredumbre, los cuerpos se apilaban en las esquinas, cubiertos de gusanos ratas y perros que peleaban por los huesos. El agua estancada olía a mierda, sangre, orina, carne podrida, lodo y basura. Todo combinado provoca repugnancia; los hombres ya no lo notan y se arrastran entre la porquería, siempre en busca de sobrevivir, devorando aquello que alcanzan.
Ella apenas caminaba por ese callejón, arrastraba un pie gangrenado que mutilaba lentamente su pierna, tenia el brazo estaba roto y lo sujetaba con el otro.  Un dolor insoportable inundaba sus nervios. Cada paso mataba de dolor, apenas consiente. Su cabello eran unos cuantos mechones sucios, ensangrentados y enredados; apenas y podía ver en esa oscuridad, tenía los ojos hundidos y la piel tan blanca y seca que se quebraba tan solo con respirar. Tan flaca y hambrienta, quien sabe desde cuando no comía, sólo existía, prácticamente muerta.
Ya no pudo caminar más, la pierna no la dejaba. Cayó boca abajo en el agua podrida. Trataba de gritar de dolor, sólo podía retorcerse. Las ratas llegaron en cuanto la vieron moverse. En su intento de levantarse sólo encontraba el dolor, y soltaba gritos que se ahogaban en su garganta, los dedos se enterraban en el agua en la tierra, dejando atrás piel, uñas y sangre.
Cientos de ratas la rodearon, la olían, la mordisqueaban lentamente, abrían su piel y la devoraba. Fue entonces cuando logró gritar y sacudírselas. Sangraba por todas partes. El olor atraía a las criaturas a su pierna, y entre la sangre podrida lograban adentrarse en su piel, llegando hasta el hueso que se limaba de tan débil y quebradizo. Cada latigazo de dolor se cortaba en gritos, retorcía su espalda, quebraba su cuerpo.
En su desesperación se estiro, golpeando a los animales, apartándolos. Una se entrelazo en sus dedos; la rata se retorcía y la mordía, escupía insignificantes chillidos entre sus movimientos, la golpeo contra el suelo hasta que dejo de moverse. Sólo veía la carne del animal, animal que vivía entre la putrefacción. La llevo hasta su boca por el instinto, con la mandíbula alrededor de la cabeza, lentamente le arranco un pedazo y trago sin masticar; la carne era dura, sucia y fétida, la sangre maloliente escurría por su rostro, por su cuello, penetrando el olor de la muerte por la calle.

Las ratas seguían devorándola, sólo tenía un brazo para sujetar su presa y engullirla lentamente, moviéndose como un animal hambriento; agarrando, despedazando lo que encontraba. Su cuerpo se envolvió en sangre.  Llegaron ratas más grandes, perros enfermos, hombres hambrientos y demacrados que se arrastraban entre los animales y la inmundicia alimentándose de lo que encontraban, de carne humana todos tomaron su parte.

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