viernes, 3 de octubre de 2014

El Asco

Llegará a ser demasiado tarde, el tiempo se mueve rápido entrada la madrugada. Se detiene un momento para darle un trago a la ginebra, el trago que queda de la botella recién arrojada al basurero, siente como baja y quema su garganta, calienta el cuerpo que se arrastró buscando algo que morder. Con las magulladas manos sujeta fuertemente el revolver buscando estabilidad. La sangre se mueve con rapidez estando justo frente a la puerta, temiendo entrar. La olerá, el miedo en su sudor, debe darse prisa o marcharse.
La pesada puerta de metal está delante del perro, el peor de todos, ese estúpido y maloliente animal, imagina su sucio hocico escupiendo ecos guturales, ahuyentando su valor. Malditas criaturas, todos son iguales tras esa puerta, transpiran la mierda y la orina que cargan por semanas, sólo tocados por la lluvia, escurriendo la podredumbre; los animales y las mujeres aquí no tienen diferencia, son iguales, viven por el odio, atados al mismo infeliz, podría coger con cualquiera sin notar la diferencia. Que muera primero el perro, liberarlo de su desgraciada existencia.
Empuja la puerta, no logra ver al animal pero escucha los gruñidos y su despiadada respiración ahogada por la cadena. Lo mira fijamente, lo recuerda devorando la carne de los fetos que le arrojaba, sin titubear suelta el primer disparo. La sangre le salpica la cara, un hedor más, como el putrefacto olor a él. Ella impregnada está de su cuerpo, sus fluidos, la imagen de su deforme y diminuto pene. Perseguida por el recuerdo del vello púbico, de sus bolas, su pito desde la primera vez que la puso de rodillas y la obligó a chupar. Su mente vacila, con la repulsión y su estómago en la garganta, un espasmo de sus entrañas saca su asco; retorciéndose y vomitando sobre el perro destrozado, sobre sí misma, embarrando la ropa, mezclándose con la mierda, la orina y la sangre.
Desde la entrada hay un enorme patio de tierra, a cada paso más largo. Esa puta casa del fondo, un pequeño espacio donde guarda las mujeres para cogérselas. Al final la quemará, la gasolina apartará el olor, el fuego lo terminara, así tenga que echárselo en la piel. Antes había una puerta en la entrada, fue arrancada cuando las mujeres intentaron atrancarla; así él puede salir y cagar mientras las domina.
Y ahí está, por fin lo ve, tirado en el piso con varias de ellas, entre sus piernas, sobre su semen fresco y la orina seca, intoxicado sin haber escuchado el primer disparo siquiera. Quiere verlo a los ojos y quiere verlo morir. Dispara a la pared, despiertan de un sobre salto, las mujeres gritan, él la mira, no ve que le apunta con ambas manos, en la oscuridad apenas la reconoce. Ahogado en su saliva y flemas le escucha decir: «¿Ahora qué quieres puta?». No cierra los ojos, no tiembla, dispara.

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