Dejé mi ejemplar de La insoportable levedad del ser sobre el
buró junto a la cama durante casi un mes, quería desmenuzarlo, dejar sobre él
la huella de mi lectura; ya hace un año de eso. Paso algo curioso con aquel
ejemplar: lo regalé; lo tomé de mi librero y se lo di, lo tenía decidido hace
tiempo y quería que ese regalo fuera más un pedazo de mí que un simple libro.
Dejé su hueco en mi librero, como un recordatorio de esa parte de mí que ya no
me pertenece, curiosamente ahora forma parte de una colección de regalos
empolvándose con tantos otros, me recuerda lo inútiles que son los regalos.
Desde ese día hemos estado intercambiando libros, yo se los compro, le doy de
los míos y él supone que debe corresponder con alguno de los suyos, pero nunca
ha sido esa mi intención. No sé porqué, parece que lo mío ya no me pertenece,
que es una extensión de mis sentimientos por él, porque yo estoy en los
objetos, esos que he conseguido a lo largo de mi vida, cada uno tiene su
historia y por fácil o complejo que sea separarse de ellos, algo significan. Yo
estoy en los objetos, y aquel día que dejé ese hueco en mi librero, yo fui
suya.
Debajo de la escalera encontré un tocadiscos, ochentero, con
radio, cassette y sin bocinas. De nuevo tomé un pedacito de mi historia para
regalar. Ese tocadiscos fue decorado de mi cuarto mientras crecía, pues no
tenían dónde más ponerlo. Mis muñecas posaron junto a él y le pegué toda clase
de cosas extrañas. En algún punto terminó bajo la escalera juntando polvo, no
se había prendido en años, pero él lo hizo encender, lo hizo sonar de nuevo y
discos que llevaban meses sin escucharse volvieron a sonar. No sé lo que es pero mi inutilidad en esta
temporada de dar regalos se ha convertido en dar pedacitos de mí, y no sé si al
final de todo quede algo para mí misma.