El
arte y el cine llevan en consideraciones por décadas, esa línea entre el
consumismo comercial y la artística creación a penas se delineaba en el
naciente medio. Las majestuosas estrellas del cine en su época de oro trajeron
historias universales que alimentaban una industria así como creaban los
parámetros para el arte en años posteriores.
Hace
setenta años el cine existía sólo en inmensas pantallas, se trataba de un pacto
dispuesto a revelarnos nuestros más imaginativos deseos convertidos en
formidables escenarios llenos de vividos colores. En el año de 1939 la fabrica
de sueños eran enormes estudios principalmente bajo la distribución de Metro-Goldwyn-Mayer; ese año, Victor Fleming presentaba la monumental producción: El Mago de Oz.
Dedicada,
al principio del metraje, a los jóvenes de corazón, retrataba una historia
fantástica que juega entre el tedio en color sepia y los vibrantes colores de
los sueños hechos realidad; un optimista cuento que recuerda que a pesar de los
orígenes, cada individuo puede encontrar lo que cree haber perdido dentro de sí
mismo, así se trate de su valor, su sensibilidad, su inteligencia y por su
puesto su hogar; recuerda que si aquello que creemos perdido no se encuentra en
el patio de la casa, no lo hemos perdido realmente.
Todo
aparece ante nuestros ojos por medio de una joven Judy Garland, quien daba efervescentes
pasos a través de un camino amarillo lleno de posibilidades, se trata de
Dorothy Gale, una huérfana que siempre tiene su mente ocupada por sueños de
mundo ideales más allá del arcoíris. Tal papel lanzaría al estrellato a la
interprete de increíble talento, se trata del punto más alto de su carrera por
el cual sería siempre inmortalizada.
El
viaje de la inocencia hacia la madurez, al igual que toda experiencia
fantástica, convence al espectador en ese mágico cambio de la gris e incipiente
realidad, hacia el mundo más allá del arcoíris, donde existe la magia y los
cuadrúpedos cambian de color. Así como
podemos ser atrapados por nuestros sueños, estos pueden sumirnos en nuestros
miedos e inseguridades. Dorothy debe aprender más de sí misma si espera
regresar a su hogar tranquilo, apacible y seguro. Como toda introspección a
través del agujero del conejo, es un viaje de autodescubrimiento, en el que la
personalidad de nuestra pequeña e ingenua heroína debe superarse ante las
adversidades que representa la maldad, aquella a la que el niño pequeño teme al
apagar la luz o ver bajo su cama.
Recurro
a reseñar esta historia, porque imagino que debemos regresar a los cuentos
básicos de descubrimiento y valor para poder enfrentarnos a la psicología de la
sociedad, del individuo o la existencia, para recordar la juventud que hay en
los corazones. Esta obra cinematográfica es la más viva representación del cine
clásico, rebosante de inocencia y personalidad que volvían al arte en
simplemente una fantasía hecha realidad.
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