La
búsqueda de alimentos siempre tiene cierto placer en la rutina de Quina. Es un
recorrido guiado por las expresiones más mundanas que ofrece su comunidad. Ir a
la carnicería es en particular un evento excitante, que Quina disfruta más si
hay gente que alargue su presencia en el establecimiento. Primero está la
carne, en su estado crudo con su particular color, su forma y textura que la
hace pensar en los violentos métodos para arrancarla del animal; es imposible
no imaginar el estado de la criatura apunto de morir, pensamiento que por
supuesto le creaba todo tipo de sensaciones, le despertaba un ansia de devorar
el músculo aún tibio y con sangre. Se sentía más humana por eso y lo saboreaba
lentamente.
La
verdadera causa de su diversión se hallaba en el carnicero, ese hombre grande y
corpulento rodeado de objetos punzocortantes, que traía el olor a la carne y a
metal, era increíblemente seductor y no podía evitar entrar en un juego de
fantasías donde el carnicero es el protagonista, aunque su interés por él era
más bien voyerista. Lo imaginaba con su esposa, esa mujer gruesa y ancha, de
corpulentos brazos y prominentes pechos, de cara ovalada y cuyas piernas y
trasero eran particularmente grandes. Imaginaba la combinación de sus cuerpos
desnudos y el juego de caricias que comparten especímenes tan grandes, su
prominente miembro penetrando –porque un hombre de tal complexión y anchura
debe encontrarse bien dotado– y casi
podía escudar los gemidos y el sonido de la piel chocando.
Era
fascinante imaginar esas regordetas manos y gruesos dedos pasando de las formidables
nalgas de su esposa a su amplio coño. Era una imagen tan sensual que se quedaba
permanente en su mente. Entonces el carnicero pregunta qué va a llevar, y de su
mirada aún llena de lascivos pensamientos nace una juguetona sonrisa y las
palabras ‘un kilo de carne’ pero Quina aun tiene en la mente los fluidos,
gemidos y pliegues de la carne; ansia preguntar: ¿Le da duro a su esposa? ¿Aquí
mismo? ¿En el piso? ¿Por dónde le da? Y queda en su pensamiento para seguir
jugando con su sonrisa que el carnicero contesta amistosamente.
Saliendo
de la carnicería piensa en el carnicero y su esposa en el sucio piso de la
carnicería. Continúa sonriendo con las vibrantes imágenes en su mente, llegando
a casa piensa en la mirada y sonrisa del carnicero, tal vez la malinterpretó
como una coquetería, supuso que ahora él fantasearía sobre ella, quizá estando
con su esposa. Una visión apareció en su mente: el acto sexual de carnicero y
su mujer mientras él pensaba en Quina, un trio aún más incitante en que ellos
serían parte del juego que ella comenzó. Mejor aún, puede que le dedique alguna
masturbación matutina y sonrió imaginándose en los más sucios pensamientos
sexuales de ese hombre grande y grueso. No desperdiciaría la carne en algo
simple, se divertiría con ella y no la
cocería demasiado.