Hoy es mi día libre. Quiero quedarme todo el día en cama, todo el día en el sofá, todo el día escuchando
música. Hace dos años esa era mi rutina. Cambié todo eso por viajes en autobús,
trasnochadas semanas malcomiendo. Más que todo eso, dejé de escribir, dejé de
leer, dejé de escuchar música. Estoy agotada, agotada por mi propia conciencia,
por mis propios pensamientos que se acumulan como en una torre muy alta que va
a colapsar en cualquier momento. Ya se ha escrito mucho al respecto, pero hay
un vacío en medio de todo esto, es eso que hace que todo se sienta tan frágil,
a punto de derrumbarse.
El viernes en la
madrugada me dio por llorar. Algo me despertó en la ventana, en la cama y mi
cabeza se llenó de ideas. Eso me pasaba muy seguido cuando era niña, cuando no
era feliz, porque todo eran reclamos y un sentimiento de soledad constante. Así
me siento ahora; en una cama que no era la mía, durmiendo en una casa que no
era la mía. Durmiendo junto a alguien, alguien que me moría de ganas de
abrazar, de que me rodeara en sus brazos y me perdiera en su respiración, en
sus latidos. Lo tenía ahí a mí lado y lo sentía tan lejano, que pensé que esa
era la verdadera ausencia, la verdadera soledad. Estar tan cerca de alguien y
no poderlo alcanzar.
Lo soñé en un
estacionamiento. Hace ya tanto de eso. Estaba ahí rodeada de gente, rodeada de
desesperación, le gritaba pero sólo se alejaba, sólo lo veía alejarse. Siempre
se va en mis sueños. Aunque esté ahí durmiendo en sus brazos. Una cadena de
anhelos incumplidos.
En el sofá me le quedaba
viendo. Tratando de reconocer ese rostro y sintiéndome bien por eso. Te veo,
porque a pesar de los enfados, de los reproches, de las amarguras todavía
reconozco al hombre del que estoy enamorada. Todavía lo veo claramente en los
gestos, en las risas. Es lo único que siento ahora, es lo que me permite
seguir, lo que me entristece. Lo que me queda.
Algo está muy mal
conmigo. Lo vi ahí consintiendo a su cachorro y me dieron ganas de darle un
hijo. Como si lo único que me quedará es ofrecerle cosas. Una traición de mi
útero. Al final en qué lugar me dejaría. Parecía perfecto, tan dispuesto a
cuidar, a querer, a proteger, tan capaz de construir algo –¡sí! Yo quiero
construir contigo–. Son esos sentimientos, esas ideas las que me hicieron
llorar. Empecé a hablar en voz alta, ahí en la oscuridad de la madrugada, con
las piernas enredadas bajo las cobijas. No sé si me escuchó, no sé si le dio
sentido a mis palabras. No sé si lo olvidó entre sueños. Es lo que me queda:
una confesión nocturna, una felación matutina.
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