Alguna vez hubo una estudiante de letras que insistía en querer leer
mi producción creativa. Que conflicto, porque yo no escribo para los
estudiantes de letras, si acaso en algún momento que tenga que presentar un
trabajo frente al grupo. Yo escribo para quien tenga el placer de leerme –a
veces ni yo- pero ahí se encuentran mis aportes, si existe alguno.
Yo no tengo las pretensiones intelectuales para
decir que ya existen muchos que creen hacer arte, que para hacer arte sólo
necesitas un iphone y para escribir poesía sólo te hace falta una respetable
ortografía; entonces ¿quién hace arte si lo artistas ya no leen, no estudian,
no se cultivan?
¿Y nosotros qué somos como estudiantes de letras?
¿y qué estudiamos exactamente? Es lo que yo he intentado averiguar todos estos
años; cómo no hacernos esa pregunta cuando llegan profesoras cuyo interés
principal es hacerse un nombre en el mundo de la literatura cueste lo que
cueste, y andar por ahí ganando premios, ganando becas, esforzándose por
confundir nuestra forma de escribir. Profesoras que lleva escritores a clase a
que nos hable de su proceso creativo; entonces ya no estudiamos literatura,
estudiamos procesos mentales que llevan a la creación del arte, seguramente
porque un autor nos puede hablar de su obra, de sus ideas, de sus decires, de
sus métodos y ya no hace falta hacer ni un estudio critico, ni estilístico, ni
teórico; para eso están los Borges, los Cortázar, no los literatos regionales.
¿Y yo para quién escribo? Yo, que he sido rechazada
en congresos, coloquios, encuentros, revistas, concursos estatales, regionales,
internos, escolares. Para qué me esfuerzo si mi escritura está repleta de
ambigüedades innecesarias, si yo no me prostituyo pidiendo publicaciones en
blogs, en revistas, buscando quien me haga una reseña, quien me invite a
presentar un libro, a participar en un foro. En qué termina mi ejercicio como
estudiante si me conformo con subir una foto a Instagram y espero que me lean
los seguidores de mi blog, de mi tumblr, de mi Twitter. Lanzo mis ideas al
espacio y nadie me responde.
Ya ni se puede hacer crítica si caemos en
condescendencia. Nos presentamos frente a los demás y nos ahogamos en
complacencias, al final el único aporte de la crítica es que no sabes puntuar.
Las fibras emocionales a penas y se mueven cuando frente al grupo lo único que
quieren oír son nuestras penas e inseguridades en forma de texto. Quién nos
edita al final, qué aprendemos de todo esto si los que se dicen herederos de la
literatura joven en México sólo se dedican a quejarse, ellos son poetas y
nosotros no ¿qué derecho tenemos de congregarnos? ¿qué derecho tenemos de
publicarnos? Al final buscas amigos en los bares esperando que alguien te diga:
envíame lo que tengas. Ellos tienen revistas, los demás nos recluimos en un
salón esperando a que nos feliciten por los ejercicios literarios que hacemos a
las tres de la mañana. Y otros tantos, se jactan de tratar palabras rimbombantes
y endecasílabos que ya nadie toma en cuenta. "Te publico y me publicas", mientras unos
cuantos nos desgastamos frente al monitor sabiendo que ningún estímulo, ninguna
beca, ningún cuate nos va a hacer el favor, porque no somos tan creativos como
creímos.
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