Llegará
a ser demasiado tarde, el tiempo se mueve rápido entrada la madrugada. Se
detiene un momento para darle un trago a la ginebra, el trago que queda de la
botella recién arrojada al basurero, siente como baja y quema su garganta, calienta
el cuerpo que se arrastró buscando algo que morder. Con las magulladas manos
sujeta fuertemente el revolver buscando estabilidad. La sangre se mueve con
rapidez estando justo frente a la puerta, temiendo entrar. La olerá, el miedo
en su sudor, debe darse prisa o marcharse.
La pesada puerta de metal está delante del perro, el
peor de todos, ese estúpido y maloliente animal, imagina su sucio hocico
escupiendo ecos guturales, ahuyentando su valor. Malditas criaturas, todos son
iguales tras esa puerta, transpiran la mierda y la orina que cargan por
semanas, sólo tocados por la lluvia, escurriendo la podredumbre; los animales y
las mujeres aquí no tienen diferencia, son iguales, viven por el odio, atados
al mismo infeliz, podría coger con cualquiera sin notar la diferencia. Que
muera primero el perro, liberarlo de su desgraciada existencia.
Empuja la puerta, no logra ver al animal pero escucha
los gruñidos y su despiadada respiración ahogada por la cadena. Lo mira
fijamente, lo recuerda devorando la carne de los fetos que le arrojaba, sin titubear
suelta el primer disparo. La sangre le salpica la cara, un hedor más, como el putrefacto
olor a él. Ella impregnada está de su cuerpo, sus fluidos, la imagen de su
deforme y diminuto pene. Perseguida por el recuerdo del vello púbico, de sus bolas,
su pito desde la primera vez que la puso de rodillas y la obligó a chupar. Su
mente vacila, con la repulsión y su estómago en la garganta, un espasmo de
sus entrañas saca su asco; retorciéndose y vomitando sobre el perro destrozado,
sobre sí misma, embarrando la ropa, mezclándose con la mierda, la orina y la
sangre.
Desde la entrada hay un enorme patio de tierra, a cada
paso más largo. Esa puta casa del fondo, un pequeño espacio donde guarda las
mujeres para cogérselas. Al final la quemará, la gasolina apartará el olor, el
fuego lo terminara, así tenga que echárselo en la piel. Antes había una puerta
en la entrada, fue arrancada cuando las mujeres intentaron atrancarla; así él puede
salir y cagar mientras las domina.
Y ahí está, por fin lo ve, tirado en el piso con varias
de ellas, entre sus piernas, sobre su semen fresco y la orina seca, intoxicado
sin haber escuchado el primer disparo siquiera. Quiere verlo a los ojos y
quiere verlo morir. Dispara a la pared, despiertan de un sobre salto, las
mujeres gritan, él la mira, no ve que le apunta con ambas manos, en la
oscuridad apenas la reconoce. Ahogado en su saliva y flemas le escucha decir:
«¿Ahora qué quieres puta?». No cierra los ojos, no tiembla, dispara.
hola
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