Si
hay frente a mí una pantalla en blanco, no consigue llamar mi atención (Siempre hablas de la pagina en blanco, es un
lugar común; y lo es). Llevo varios días distraída. Me golpean imágenes de
días pasados. El tiempo se siente como un cúmulo de situaciones sin sentido en
forma de un pasillo largo y una incertidumbre en el pecho. Puedo recordar lo
frenético de las situaciones, de repente el cielo se mezcla en tonos de morado
y ya sólo queda la noche.
Es
12 de junio de 2014, son la 11:30 de la noche, no queda nadie en la sala de
espera. Un estéril quirófano queda en silencio. Un completo desconocido viene a
darte una ineludible noticia: tu madre dejó de respirar, su corazón no pudo
más. Acaba de morir. Trato de pensar ¿Cómo debe sentirse mi cuerpo? ¿cómo debe
reaccionar? Quiere desmoronarse, quiere llorar sin remedio; en cambio mi
cerebro repite las palabras, repite las imágenes. Podría ser mañana, podría ser
ayer. Ya no lo sé.
Es
jueves, amaneció y eso no fue doloroso; pero por la tarde los gritos y el sudor
inundan la casa ¿qué debo hacer con mis manos? No tengo idea de cómo permanecer
parada. Mañana viernes tengo un examen. A media noche mando un mensaje: No
podré llegar, avísale a la maestra. Mi mamá murió.
Son
las dos de la mañana en la funeraria. Sólo escucho rezos y llantos
descontrolados. Estoy cansada, quiero dormir, quiero alejarme de todos, este es
uno de esos días en que no quiero ser yo, quiero correr y no volver; pero debo
estar aquí, debo estar destrozada, para los dolientes. Les encanta criticarme,
porque yo soy hija, porque tengo algo de culpa, porque nací egoísta, nunca deje
de serlo, porque continué yendo a la escuela en vez de pasar todo mi tiempo en
el hospital, porque no me he desmayado o porque permanezco quieta en mi rincón.
Es
medio día, todo sigue igual allá afuera. Los niños acaban de salir de la
escuela y el día parece más brillante que los anteriores. Dentro de la
funeraria todo es oscuro y repleto de cuchicheos. Yo sólo quiero un trago de
vodka y tirarme a dormir. Nunca me he sentido tan sola en mi vida, porque todos
piensan en su dolor, no importan los demás. Solamente quiero alguien que me
haga sentir normal. Los tengo: Una, dos, cuatro, una más. Ellos vinieron para
mí, yo no se los pedí. Que dulces fueron, hoy se los digo.
Pasan
de las cuatro. Estamos frente a un cementerio. Un hoyo en la tierra. Gente que
llora y grita. Estoy perdida en la multitud. Soy una extraña en el entierro de
mi madre. Algunos me abrazan queriendo callar su propio dolor. La gente se desmaya, se desmorona. Estoy
molesta ¡¿cómo pudiste abandonarme aquí? ¿cómo no te importó dejarme sola?!
Quiero irme y no volver.
No
quiero ir a casa ¿puedo ir a la tuya? No quiero ver esa puerta, no quiero ver
esa sala, no quiero ver esa cama ¿Puedo quedarme aquí un par de horas? Hablar
del examen de esta mañana.
Cinco
(¿cuatro?) días después estoy frente al examen. Sólo debo pensar en la
morfosintaxis. Sólo debo pensar en arborizaciones: sintagma nominal, sintagma
verbal, sujeto, verbo, objeto… Regreso a casa pensando: sujeto, verbo, objeto…
¿qué hubiera dicho mi madre? Me hubiera dado su bendición, me hubiera dado un
beso de buena suerte. Ahora me toca llorar en el camión. Veo la ruta que me sé
de memoria. Cada tramo del boulevard, cada mínimo cambio, con el llanto que no lloré
en el funeral, con la soledad que tanto anhelaba. Por fin estoy sola. Entonces
debí irme y no regresar, pero sí regresé y ahora estoy aquí.
Es
12 de junio de 2017. Escucho a un poeta hablar de la muerte. De la casa
abandonada, la ropa que se dejó atrás, la partida de damas chinas que dejamos
incompleta, la serie que quedó sin terminar, la película que no vimos. Escucho
a un poeta hablar de la muerte y sólo puedo llorar, porque cada año es tan
igual que el anterior que no logro recordar esos en los que no era huérfana.
Otro febrero, otro marzo, puedo sentir la ausencia, la vuelvo a sentir el 10 de
mayo, me golpea en junio, me deja tranquila un par de meses, es evidente en
diciembre y todo vuelve a empezar. En verdad necesito irme.