Ahora
que está de moda el tema High School y el bullying debido a cierta serie de
televisión, que a mí parecer es una suerte de receta de cocina que sirve para
dejar muy en claro una moraleja: “Sé bueno con todos, porque lo poco que haces
también es bullying y afecta a todas las personas”, les voy a contar mi triste
historia, simplemente por tener la oportunidad, no porque sirva de algo.
Cuando
yo estaba en la secundaria y preparatoria la palabra bullying no era tan común.
La escuchabas de vez en cuando en algún reportaje de las diez de la noche para
hablar de algún tiroteo, algún suicidio, que siempre sucedían en Estados
Unidos. Tal vez algún comentario con varios psicólogos en esos programas de
revista matutinos que tanto disfrutan las mamás; pero en ese entonces no había
series de televisión especializadas o documentales desgarradores, ni siquiera
platicas en los salones de clase. Ya no soy esa clase de estudiante, así que no
sé a ciencia cierta, si en verdad esas cosas pasan.
Nunca
me consideré victima de acoso, puesto que no existía ese termino, pero es
verdad que en la primaria la pasé muy mal. Fui objeto de burlas, de
humillaciones, llegué a sentirme aislada en el salón de clase. Tenía pocos
amigos y los que tenía no me trataban muy bien. Se puede decir que siempre he
sido la rara. Había días en los que quería desaparecer, en que no quería salir
de mi cama, todo esto era muy contradictorio, porque me gustaba la escuela, me
gustaba aprender, pero no soportaba tener que relacionarme con esos niños. No
cargo conmigo rencores, ni siquiera puedo recordar la situaciones claramente,
sólo puedo recordar cómo me sentía. Un gran choque de realidad para mí fue ver
la película Harriet, le espía. Ver
como aislaban y acosaban a esa niña simplemente por tener aspiraciones, claro,
era cruel en sus juicios, pero no eran verdaderos, ni eran para ser leídos. No me
detendré a explicar la trama, pero principalmente me frustraba mucho ver como
sus padres no se molestaban en comprenderla, como los profesores incitaban el mismo
acoso. Tal vez sea el testimonio con el cual puedo sentirme más identificada en
cuanto al acoso escolar como tal, no porque lo haya vivido de forma similar,
sino porque empaticé con Harriet.
A
pesar de lo difícil que fue para mí relacionarme con las personas, entendí al
final que el mundo no se acaba ahí. A pesar de que me sintiera sola en la
escuela, no podían quitarme mis libros, mi música, no dejaba de ser yo. Sí, eso
significa ser rara, pero pude vivir con ello.
Hace
poco tiempo recordé una situación, a la que en su momento yo no le puse
demasiada atención, que de hecho había casi olvidado. No es material para una
serie de televisión, puede que ni siquiera se lleve unas líneas en mis
memorias, además de las que estoy escribiendo ahora: Mi amiga y yo nos
relacionábamos mucho con dos muchachos durante la prepa, vaya éramos un grupo
grande de amigos por así decirlo, pero por alguna razón nosotros cuatro siempre
terminábamos en el mismo equipo, haciendo proyectos, tareas, experimentos.
Basta decir que yo tenía un crush con uno de ellos, y supongo que mi amiga
tenía su crush correspondiente.
A
cierta edad es muy común crear esta relación de Amigovios con algunos chicos,
yo diría que esa era la relación que tenía ella con aquel chico. Se la pasaban
todo el día abrazados, agarrados de la mano, hablándose bonito, pero no eran
novios y al parecer no tenían la intención de serlo. A pesar de mi torpeza me
llevaba bien con el chico que me gustaba. Sin embargo, la cuestión es que el
amigovio de mi amiga (que era el mejor amigo del chico que me gustaba) nunca
tuvo un trato cordial hacía mí; nada porque hacer alboroto, te gusta mi amiga
–o algo así– no necesariamente tienes que ser mi amigo, podemos vivir con eso;
pero ese trato, no amigable, era pasivo agresivo, de alguna manera. Él
desprestigiaba todo lo que yo decía, difícilmente recuerdo algún comentario
bueno. Aprovechaba cada situación posible para hacerme sentir mal, con respecto
a mi aspecto, a mi personalidad, si desperté con ojeras, si no me he depilado
las piernas -porque Dios me perdone, llevo medias-, no me peiné hoy, tengo el
pelo sucio, mi suéter está roto. De verdad era bueno para hacer relucir mis
inseguridades.
Nunca
un hombre me ha hablado igual. Es normal que las chicas sean crueles entre
ellas: tu blusa está sucia, tu falda está manchada, tienes una espinilla; pero
que un hombre me lo diga, sólo me ha pasado en esa época de la vida. Realmente
él me hacía sentir muy mal, con muy poca autoestima, y lo hacía de una forma
tan sutil, tal vez estaba muy automatizado el trato porque éramos nosotros
cuatro, porque era el amigovio de mi amiga, porque es tan común, estamos tan
acostumbrados a que juzguen nuestra apariencia, nuestra personalidad. Y hasta
ahora puedo reflexionar y decir: Wow! Yo creía que era mi amigo y nunca lo fue,
no me dedico más que amargura. Me hizo sentir tan poca cosa. Eso es algo con lo
que tendré que cargar: el sentirme tan pequeña; pero no es su culpa que yo me
sienta así, si yo me siento pequeña, la gente lo nota y lo aprovechan, se dedican
a recordarlo, pero no porque sea inevitable.
La
situación se tornó complicada, porque los amigovios suelen terminar de forma
impositiva, ya sea que se convierta en una relación como tal o sean los celos
los que terminen arrancando la amistad del “noviazgo”. En este caso fue la
segunda opción, los dos pasaron por muchas personas solamente para lastimar al
otro. Ahora queda como un retrato amargo en la historia sentimental de mi
amiga, felizmente casada y con un niño de apenas unos meses. Aquel chico que me
gustaba y yo, aún somos buenos amigos, hablamos y salimos de vez en cuando; y ellos
dos aún son buenos amigos. No he vuelto a estar en contacto con él, pero parece
ser una persona más fría de lo que recuerdo. Hay quienes son incapaces de
relacionarse armónicamente con las mujeres, no me aventuraría a decir porqué.
Todavía me queda ese recuerdo extraño, aunque
piense en él cada dos años. Lo menciono no porque sea relevante para la
historia de la humanidad. Lo que aprendí de esa reflexión es que alguien puede
estar tratándote muy mal y tú ni cuenta te das. Eso no significa que esté a
favor de la condescendencia absoluta y la buena ondez injustificada,
simplemente se trata de encontrar tu propia fortaleza dentro de todas estas
debilidades, y si suena tan cursi es porque creo que así debe de sonar. Fue
difícil para mí encajar. Y cuando finalmente encuentras un grupo de amigos,
está esa única persona que se dedica a bajonearte, pero sobrevives, porque de
eso se trata.
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