1.
Ya no quiero
escribir. No quiero esperar a ver embriagarse las paginas de lugares comunes
mientras la mente emblanquece, disminuye, se cierra y yo ya no quiero escribir.
Dar cierto uso a las palabras, para retorcerlas, hacerlas gritar, violentar
hasta las ultimas consecuencias eso que se escribe, porque las ideas no dan
para mucho a ciertas horas de la noche. Rellenar de palabrerías inconscientes,
que encuentren voces nuevas y las encuentren falsas. Ya que el juego no está en
ser dicho cuando en sí no se ha dicho nada ¿cómo defenderse si uno se halla
desnudo de argumentos?
Cuando
cierto individuo, de cuyo nombre no quiero acordarme, se dedicaba a las
correspondencias conmigo, callaba entre sus juegos verbales aquello que yo le
creía sincero, y me invitaba a hacerlo evidente. Yo callaba, cambiaba mi
intelecto por afirmaciones. Se trataba de retorcer situaciones para crear burbujas
y universos que nunca existieron, a través de palabras y palabras solamente; un
mundo tan difícil de alcanzar, a veces incomprensible, cuya intención es
aprehenderlo.
Pienso
en correspondencias y pienso en el momento en que Lorelai Gilmore se sentaba
frente a su laptop a escribir correos electrónicos, esto lo hacía emulando a
siglos anteriores, cuando a la luz de una vela se entintaban plumas para
escribir cordiales frases, todo esto con la intención de mantener la
comunicación a distancia, acallar la ansiedad por decir algo, buscar el momento
adecuado y enmudecer (lo que sea necesario). Que placer el de recibir cartas.
¿A
qué terrible angustia te ata el silencio cuando juegas a esperar con la firme
intención de no ceder? porque es más fácil; pero la intención se vuelve confusa
cuando se gasta tanto tiempo y esfuerzo en no atarse. Sucede cuando las
personas no se encuentran, sin embargo el intento se busca.
Aquello
que yo llegué a creer fue el saber que la facilidad para decir y no ser dicho se
alcanzaba por unos cuantos, no sólo cuando las palabras se toman correctamente
sino cuando es adecuado el tono, aunque se malgaste. Comenzar a anudar ideas,
arrinconadas cuando ya varías frases se han sentenciado. Compulsión la de crear
indiscriminadamente por costumbre o necesidad. Que fácil sería si la nitidez de
la idea guiará la construcción del texto, el que en su creación parece tomar
vida propia. Si acaso fuera posible ser poseído por el texto mismo, que
convierta a quien escribe en un vehículo de la idea que trata de asaltar a las
palabras aquí trazadas.
2.
Aquí de frente
la tinta se seca y las grafías, desatinadamente forman curiosos descalabros en
intentos por compartir, no ideas sino flujos del pensamiento aun sin
desarrollar, en bruto, que clama la atención poco debida. Aquellas “brillantes”
dilucidaciones influyen en la corriente pues no carece de importancia la
necesidad de entregarse al intercambio, lanzando al universo para su revisión
futura, atándose a un nombre. Nuevamente otras imágenes se presentan y generan
más ruido al espacio, toman el poder que les corresponde.
No
hay nada que callarse cuando no se puede dormir. Quedamos despiertos porque el
cansancio acumulado nos impide reposar. Los sonidos, nuevamente, se acumulan en
la mente que se activa tras el mínimo de los absurdos, constantemente
desacreditados por el sueño que no llega. Se propaga. Las ideas, que están
sueltas, se repliegan, se reproducen y llenan los espacios. Enlazadas estarán
las palabras, si se decide fijarlas. Es posible que la no vida que se
construye, que se imagina, alejadamente para no tener que vivirla, pero no se
cierra a la convivencia, solamente la manejan a su gusto, convierten al cuerpo
en algo banal y la mente se transforma en su propio mundo, donde nada existe
pero todo es real. Se es soberano dentro de sí mismo.
3.
Si tuiteo y
luego existo, ese espacio donde se dedicaron a gritar termina por difundir la
información instantáneamente, sólo queda lanzarlos al vacío, donde serán
remplazados por nuevos sonidos en ciento cuarenta caracteres. Espacio para la
espontaneidad, tan fácil como cuando has sido suspendido y poseído por una
brillante soledad reflexiva, que no discrimina. El tiempo en su relatividad más
pura, algunas veces el hastío cuando es entrada la madrugada. Es porque mis
pensamientos no están hechos para compartirse que se autodestruyen, se
desintegran si se tocan, para no escucharlos aullar si es necesario, hablan con
sí mismos y no esperar nada a cambio: la sordera.
Lo
más profundo del alma humana esconde pulsiones autodestructivas cuando se sabe
insignificante, apartada del interés de los suyos, crea una nueva especie para
escuchar, escribimos porque a nuestros
hijos no les interesaría nuestra vida.
Si
hay quien replegando sus opiniones sin autoridad, ni censura, revela sus
obsesiones en libertad, convierte su grafomanía en ejercicios superficiales
cuando pretende encerrar en un cajón las creaciones, que expresa, son
imposibles de parar. Un alma creativa encerrada en pretensiones poco sinceras,
pero salpicadas de arrogancia, porque se toma desde un espacio superior; pero
su embriagadora voz termina por convencer aquellos errores en su inocencia, es
como un niño que ha visto poco pero que cree conocer todo sobre lo que ha visto.
Si
te das el valor de decir algo, al menos créelo para ti en primer lugar, como el
blogero que ha escrito cinco novelas
que probablemente nunca se leerán. Cuando aquella dulce voz es la que enuncia y
no la que mal dice. Nuevamente otras imágenes se presentan y generan más ruido
al espacio, toman el poder que les corresponde.
4.
Vivimos en el
tiempo de la sordera, es el tiempo en que la soledad es más pesada que el
entendimiento, pero compartimos nuestros odios, y como estamos sordos y solos,
cada quien expresa un tema, lo grita, lo vacía al internet esperando ser alabado
por eso, no hay quien lea porque los demás esperan ser leídos y no leer.
Cuando
Zooey muere en Cáprica, dejó legado un programa el cual convertía toda la
información vaciada en la red por nosotros mismos en un algoritmo que podía
recrear nuestra personalidad, creando una consciencia artificial que lograría
ser descargada en una nueva substancia: los cylon.
Revela así una nueva especie. Ese tierno sueño de vivir por siempre queda como
una promesa cada vez que convertimos nuestra personalidad de libres
asociaciones en información. Tal vez no es materia de ciencia ficción si
podemos casi palparlo.
***
Llevo tanto
incomodándome, extrañándome en las formas, tratando de entender el pensamiento
cuando trato de decir, cuando digo, cuando quiero decir. Recuerdo a la joven
Rory Gilmore leyendo sobre viajar en tren junto a Ana Karenina o visitando el condado de
Yoknapatawpha. Hablando sobre cargar los libros entre las carreteras de Connecticut,
de las luces de Stars Hollow a la gran ciudad de Hartford. La imagino
levantando su brillante mirada azul para hablar de Madame Bovary o Moby Dic.
Lo recuerdo porque cada paso de los rápidos diálogos, se apuntaban hacia la
escritura, al hablar de lo que se ha visto, lo que se ha leído, y hacerse de
una voz; tan poco imaginativa descripción parece reclamar lo que se ha dicho de
ella, ese aterrador proceso de escribir y ser leído, de hacerse a la idea de
agregar un punto a ese remarcable paisaje de pensamientos de valor, y sin
embargo, yo ya no quiero escribir.
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